Francis Fukuyama, destacado pensador político, ha señalado lo siguiente: “Estados Unidos, como la primera y más avanzada democracia liberal del mundo, padece el problema de la decadencia política de manera más aguda”. No obstante este juicio, y de la existencia de significativos asuntos que la nación del norte debe solucionar, no podemos desconocer su influencia, su progreso, su presencia en las grandes conflagraciones del siglo XX, su contribución decisiva en la formación del mundo actual y de una sociedad libre.
Esa decadencia que en general ocurre en los sistemas de gobierno y que se manifiesta en la pérdida de valores esenciales; la falta de credibilidad de los dirigente y sus partidos; en la ausencia de efectiva respuesta social y política, entre otros males, no es una defecto exclusivo de la democracia que por su naturaleza auspicia y admite su propio enjuiciamiento y corrección.
La democracia debe pues oportunamente precaverse y salvaguardarse, corregir sus desaciertos, demostrar en los hechos sus principios y que es por su filosofía y por sus obras el sistema ideal que mejor preserva las libertades y el bienestar del hombre.
Existen en las verdaderas democracias instituciones que vigilan y sancionan; autoridades independientes; opinión pública; sentido exigente de crítica; posibilidades reales de reformas y cambios. Los gobiernos dictatoriales y autoritarios son todo lo contrario: son enemigos del derecho, de la libertad de expresión, de la presencia activa de los ciudadanos, impiden en realidad los cambios legítimos y destruyen el Estado. “No luchamos por un despotismo electivo, sino por un tipo de gobierno que pueda estar cimentado sobre los principios de libertad, en el que los poderes del gobierno se dividan y equilibren…”, expresó Jefferson.
Se abre la posibilidad de que EE.UU se renueve, se cuestione a sí mismo, aprecie sus errores, reivindique sus principios originales y afirme, ante lo ocurrido en su Congreso y otras situaciones, la necesidad de asegurar su vigencia y su presencia constructiva en el mundo.
Estados Unidos tiene la oportunidad de un nuevo y útil liderazgo en el siglo XXI.
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