Last updated on enero 15th, 2021 at 11:57 am
Las consecuencias sociales, económicas, políticas, sanitarias, científicas, ambientales, empresariales, psicológicas y éticas, en general, humanas causadas por la pandemia del Covid-19 han sido diversas y complejas en los distintos países que lo han padecido. Nos hemos enfrentado y lo hacemos aún a una inesperada situación que en escasos meses se extendió globalmente y puso a prueba la capacidad de los gobiernos, de las organizaciones internacionales, de las empresas y, en particular, de los individuos que en muchos casos no estaban preparados para una situación semejante.
No cabe duda alguna que el costo ha sido elevado y que las secuelas permanecen y permanecerán más allá de sufrir o no la enfermedad. Los análisis sobre el tema y sus efectos se hacen necesarios para prevenir y corregir tantos errores e improvisaciones que se comenten a diario inclusive en países desarrollados lugares públicos, en transportes, en los centros de trabajo, en los hogares, en las propias medidas que se adoptan y el control y seguimiento que las mismas suponen, entre otros.
Uno de estas consideraciones esenciales que debemos realizar se refiere al aspecto humano de las víctimas, las consecuencias sobre los familiares y amigos, la capacidad de las instituciones de protección y de asistencia inmediata en lo físico y en lo psicológico, la forma como se trata el tema los medios de comunicación, la actuación y los recursos de las organizaciones de solidaridad y de ayuda humanitaria encargadas de velar por los derechos humanos de los afectados.
La Organización Mundial de la Salud, OMS, ha advertido que: “en términos de salud mental pública, el principal impacto psicológico en este momento son las tasas elevadas de estrés o de ansiedad” y agrega: “los niveles de soledad, de depresión, de consumo de alcohol, de uso de drogas, y de comportamientos auto agresivos o de suicidios tienden a aumentar”.
Ante todo, esto debemos acompañar, no estigmatizar a los enfermos; ser solidarios; reforzar la actuación profesional; proteger social, sanitaria y laboralmente; corregir y reorientar mejor el mensaje de los medios; educar y concientizar en materia de seguridad; asegurar de manera técnica y sanitaria los espacios; asumir de manera corresponsable y coherente la situación para bien de todos.
Entre las reflexiones éticas que supone este momento que la humanidad confronta y las lecciones que del mismo se derivan, me ha llamado la atención una importante reflexión de un ilustre prelado ecuatoriano, Monseñor Julio Parilla, quien para el diario El Comercio de su país, el pasado 6 de diciembre expresó lo siguiente:
“Son dolores que ponen a prueba nuestra capacidad de resistencia y de respuesta, nuestra fe y nuestra esperanza activa y, en definitiva, nuestros recursos para el amor. Sin olvidar la dimensión política y organizativa, pero, sobre todo, lo que todavía es capaz de empujarnos al encuentro de lo trascendente. El covid ha sido un duro palo en nuestras costillas, capaz de rematar nuestra economía maltrecha, de dejar en evidencia la pobreza de nuestro sistema de salud, el alma rota de los corruptos, la inequidad de un sistema social que descarta a los pequeños y carga el peso sobre los pobres,… Pero, al mismo tiempo, ha sido una oportunidad para que el faro de la conciencia siguiera iluminando la noche de nuestra alma”.
La pandemia puede ser vista entonces como un gran mal que ha afligido a la humanidad pero, al mismo tiempo, una exigencia que nos coloca frente a lo que somos, lo que hacemos y lo que somos capaces de realizar. Esta circunstancia ha medido nuestras capacidades de reacción, de coordinación y de respuesta ante las necesidades; ha medido la actuación de los Estados, las Organizaciones Internacionales; los gobiernos, las empresas y las asociaciones; ha permitido entender la significación de la vida humana y lo frágil que es cuando no tenemos medios para preservarla; hemos apreciado el dolor de los que sufren, de los que se ven confinados en sus casas, las familias y parejas que se vieron separadas, alejadas unas de otros; hemos experimentado el dolor de los enfermos y de no disponer de un medicamento que permita la recuperación; hemos visto como no obstante nuestros recursos un virus puede detener el movimiento de la ciudades, de la industria, el comercio y la sociedad.
La respuesta debe ser general desde la ética, desde la religión, desde la ciencia, desde la política y la economía, la humanidad que se organiza para superar el mal y actuar con todas sus reservas y compromiso. Esa respuesta debe partir del entendimiento, la solidaridad, el bien común, la organización efectiva para superar la pandemia y defender la vida como valor inestimable.
Debemos pensar en los ancianos que murieron en casas de cuidado sin la proximidad y la atención de los suyos; debemos pensar en las personas que no tienen acceso a medidas y programas de salud, medicamentos, aseo, agua, alimentos necesarios; tenemos que pensar en la pobreza y todo lo que alrededor de ella se genera y que atenta contra la vida humana.
Este mal catastrófico que algunos han considerado el más grave después de la II Guerra Mundial es, al mismo tiempo, el más prometedor en materia científica por la manera como se han desarrollado las vacunas e, igualmente, es el más retador en materia social al definir sí será factible una respuesta efectiva para bien de todos ante esta y otras graves situaciones universales.
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