Él es mi ramito de violetas, solo Él. Sé que está incluso cuando me resisto a creerlo, y sé que no se olvida de mí. Él es ese bálsamo que ha curado heridas que nadie podía ni ver, ni sanar; Él me ha devuelto la sonrisa y las ganas de vivir, me ha dado la fuerza para luchar y para levantarme.
Él murió por mí antes incluso de yo nacer, y aún sangra las heridas de los clavos que ardían sus manos y pies, tentándole a abandonarme a mi suerte y bajar de la estaca que sería su trono, despojándose del dolor que era su Corona… Pero no lo hizo.
Cuando pienso en Él, un día como hoy, casi puedo sentir las heridas abiertas, calientes y palpitantes en la espalda de los latigazos; casi puedo oler el sudor frío del dolor que le acompañó hasta la Cruz; casi puedo sentir su Corazón desbocado por el agotamiento, el sufrimiento y la incertidumbre.
Se me parte el alma al pensarlo, al saber que ninguno de nosotros merecíamos que hiciese todo eso por salvarnos, pero aún así lo hizo. Porque nos quiere; y cuando la tiniebla se apodera de mi alma y el frío y el miedo me agarrotan los músculos, pensando que no hay salida, que no hay camino, su Pasión me infunde el calor y la fuerza que necesito; me da coraje y cuando caigo de rodillas clamando por algo que me dé un sentido para luchar y para intentar cambiar las cosas, algo que me diga que todo merece la pena, puedo leer a fuego en mi pecho “YO ESTOY CONTIGO”. Y ya no necesito nada más. Esas tres palabras son fuego, Amor y fuerza; esas tres palabras son preciosas y milagrosas, algo fuera de sí, fuera de tiempo y contexto; son tres palabras que infunden valor y esperanza, haciendo temblar todo como su grito en la Cruz, pero sin hacer ni un solo ruido más que para aquellos que queremos escucharlo. Esas tres palabras son una certeza tan inexplicable como el olor de un ramito de violetas en primavera.