Signo de Esperanza. Domingo 4 de abril de 2021, fiesta de Pascua de Resurrección y festividad de San Francisco Marto

La coincidencia del pasado 4 de abril de Domingo de Pascua y mensaje de Fátima (San Francisco Marto, vidente de Fátima).

Last updated on agosto 28th, 2023 at 01:38 pm

El 13 de mayo de 2017, a los cien años de la primera aparición de la Reina del Rosario, la Virgen de Fátima en Portugal, el Papa Francisco canonizó a dos de entre los poquísimos niños que han sido canonizados sin haber sido mártires. Se habla de los primeros en toda la historia de la Iglesia, pero no podríamos olvidarnos de Santo Domingo Sabio. Eso sí, Francisco y Jacinta Marto serían los más jóvenes. La coincidencia el día de Pascua de 2021 en plena sindemia del COVID19 con la fiesta de san Francisco Marto es un signo fuerte de Esperanza. Francisco murió de la mal llamada “gripe española” hace ahora 100 años. Recordemos también que la JMJ del año 2022 será en Portugal, junto a la Virgen de Fátima.

En años pasados se dudaba de la capacidad de un niño de llevar el ejercicio de sus virtudes al grado heroico, comentaba en entrevista personal el Prefecto emérito de la Congregación para la Causa de los Santos, Cardenal Saraiva Martins a un colaborador de IFN en un artículo aparecido en la Revista Ecclesia (leer aquí). Y es requisito imprescindible para que la Iglesia declare la santidad de un candidato. El cardenal portugués José Saraiva Martins fue el que luchó para sacar adelante el proceso de canonización de los pastorcitos videntes.

La Iglesia vio en el compromiso y fidelidad con el mensaje de la Virgen por parte de Francisco Marto y su hermana Jacinta, y su prima Lucia una manifestación clara de esa capacidad de heroicidad. Como por ejemplo cuando algunos elementos de las autoridades gubernamentales les decían por separado que habían echado al otro a una olla de aceite hirviendo, y que harían lo mismo con él o ella si no decía que todo era fruto de su invención. «Podéis hacer lo que queráis conmigo pero yo no puedo mentir», respondió Francisco. Esto pasaba en la segunda década del siglo XX en el Portugal dominado por la masonería anticatólica.

UN MENSAJE FUERTE PARA LA ESPERANZA

En la homilía del Papa Francisco en la misa de canonización de Francisco y Jacinta, nos explicaba el Papa que (aquí la homilía completa):

«Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol», dice el vidente de Patmos en el Apocalipsis (12,1), señalando además que ella estaba a punto de dar a luz a un hijo. Después, en el Evangelio, hemos escuchado cómo Jesús le dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,27). Tenemos una Madre, una «Señora muy bella», comentaban entre ellos los videntes de Fátima mientras regresaban a casa, en aquel bendito 13 de mayo de hace cien años. Y, por la noche, Jacinta no pudo contenerse y reveló el secreto a su madre: «Hoy he visto a la Virgen». Habían visto a la Madre del cielo. En la estela de luz que seguían con sus ojos, se posaron los ojos de muchos, pero… estos no la vieron. La Virgen Madre no vino aquí para que nosotros la viéramos: para esto tendremos toda la eternidad, a condición de que vayamos al cielo, por supuesto.

Pero ella, previendo y advirtiéndonos sobre el peligro del infierno al que nos lleva una vida (a menudo propuesta e impuesta) sin Dios y que profana a Dios en sus criaturas, vino a recordarnos la Luz de Dios que mora en nosotros y nos cubre, porque, como hemos escuchado en la primera lectura, «fue arrebatado su hijo junto a Dios» (Ap. 12,5). Y, según las palabras de Lucia, los tres privilegiados se encontraban dentro de la Luz de Dios que la Virgen irradiaba. Ella los rodeaba con el manto de Luz que Dios le había dado. Según el creer y el sentir de muchos peregrinos —por no decir de todos—, Fátima es sobre todo este manto de Luz que nos cubre, tanto aquí como en cualquier otra parte de la tierra, cuando nos refugiamos bajo la protección de la Virgen Madre para pedirle, como enseña la Salve Regina, «muéstranos a Jesús».

Queridos Peregrinos, tenemos una Madre. Aferrándonos a ella como hijos, vivamos de la ESPERANZA que se apoya en Jesús, porque, como hemos escuchado en la segunda lectura, «los que reciben a raudales el don gratuito de la justificación reinarán en la vida gracias a uno solo, Jesucristo» (Rom 5,17). Cuando Jesús subió al cielo, llevó junto al Padre celeste a la humanidad —nuestra humanidad— que había asumido en el seno de la Virgen Madre, y que nunca dejará. Como un ancla, fijemos nuestra esperanza en esa humanidad colocada en el cielo a la derecha del Padre (cf. Ef. 2,6). Que esta ESPERANZA sea el impulso de nuestra vida. Una esperanza que nos sostenga siempre, hasta el último suspiro”.

Sigue siendo la palabra ESPERANZA, desde el inicio del pontificado del papa Francisco, la palabra fuerte, incluso se me antoja más que Misericordia.

Con esta ESPERANZA, nos hemos reunido aquí para dar gracias por las innumerables bendiciones que el Cielo ha derramado en estos cien años, y que han transcurrido bajo el manto de Luz que la Virgen, desde este Portugal rico en esperanza, ha extendido hasta los cuatro ángulos de la tierra. Como un ejemplo para nosotros, tenemos ante los ojos a san Francisco Marto y a santa Jacinta, a quienes la Virgen María introdujo en el mar inmenso de la Luz de Dios, para que lo adoraran. De ahí recibían ellos la fuerza para superar las contrariedades y los sufrimientos. La presencia divina se fue haciendo cada vez más constante en sus vidas, como se manifiesta claramente en la insistente oración por los pecadores y en el deseo permanente de estar junto a «Jesús oculto» en el Sagrario.

En sus Memorias (III, n. 6), sor Lucía da la palabra a Jacinta, que había recibido una visión: «¿No ves muchas carreteras, muchos caminos y campos llenos de gente que lloran de hambre por no tener nada para comer? ¿Y el Santo Padre en una iglesia, rezando delante del Inmaculado Corazón de María? ¿Y tanta gente rezando con él?». Gracias por haberme acompañado. No podía dejar de venir aquí para venerar a la Virgen Madre, y para confiarle a sus hijos e hijas. Bajo su manto, no se pierden; de sus brazos vendrá la ESPERANZA y la paz que necesitan y que yo suplico para todos mis hermanos en el bautismo y en la humanidad, en particular para los enfermos y los discapacitados, los encarcelados y los desocupados, los pobres y los abandonados. Queridos hermanos: pidamos a Dios, con la ESPERANZA de que nos escuchen los hombres, y dirijámonos a los hombres, con la certeza de que Dios nos ayuda.

En efecto, él nos ha creado como una ESPERANZA para los demás, una ESPERANZA real y realizable en el estado de vida de cada uno. Al «pedir» y «exigir» de cada uno de nosotros el cumplimiento de los compromisos del propio estado (Carta de sor Lucía, 28 de febrero de 1943), el cielo activa aquí una auténtica y precisa movilización general contra esa indiferencia que nos enfría el corazón y agrava nuestra miopía. No queremos ser una ESPERANZA abortada. La vida sólo puede sobrevivir gracias a la generosidad de otra vida. «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24): lo ha dicho y lo ha hecho el Señor, que siempre nos precede. Cuando pasamos por alguna cruz, él ya ha pasado antes. De este modo, no subimos a la cruz para encontrar a Jesús, sino que ha sido él el que se ha humillado y ha bajado hasta la cruz para encontrarnos a nosotros y, en nosotros, vencer las tinieblas del mal y llevarnos a la luz”.

Es remarcable la fuerza con que el Papa nos previene para que no decepcionemos a los que nos miran, por nuestra formación católica, y para los que somos motivos de Esperanza. Un llamado al apostolado personal y a la oración y penitencia por nuestros pecados y los de los demás en toda regla.

Que, con la protección de María, seamos en el mundo centinelas que sepan contemplar el verdadero rostro de Jesús Salvador, que brilla en la Pascua, y descubramos de nuevo el rostro joven y hermoso de la Iglesia, que resplandece cuando es misionera, acogedora, libre, fiel, pobre de medios y rica de amor.

Con la explanada al tope de su capacidad de unas 250.000 almas, se estima que a esas se les debe añadir 250.000 más de los alrededores del recinto. Esos más de 200.000 esperaron unas 2 horas y media el saludo inicial del Papa en la capilla de las apariciones de la explanada a la Virgen y a los peregrinos; esos más de 200.000 peregrinos volvieron a esperar sin moverse a que el Santo Padre fuera a cenar y volviera para el rezo del Rosario y la Procesión de las velas con la Virgen (el papa Francisco se retiró antes de ese momento), y la misa que celebró el Cardenal Parolín, Secretario de Estado del Vaticano, hasta aproximadamente la una de la madrugada; decenas de miles de entre ellos durmieron en el metro cuadrado que ocuparon hasta ese punto para, a las 10 de la mañana siguiente —totalizando unas 20 horas de esperas— sobre piedra, mojada con la lluvia momentánea que cesó al rato. Es una manifestación de Fe que se toca y se corta. Con alegría, cantos, fraternidad. Por Jesús y la Virgen María, por los nuevos santos les valió la pena desde luego.

En sus palabras en la bendición Urbi et orbe (desde la ciudad —Roma— y al mundo)

Ante esto, o mejor, en medio a esta realidad compleja, el anuncio de Pascua recoge en pocas palabras un acontecimiento que da esperanza y no defrauda: “Jesús, el crucificado, ha resucitado”. No nos habla de ángeles o de fantasmas, sino de un hombre, un hombre de carne y hueso, con un rostro y un nombre: Jesús. El Evangelio atestigua que este Jesús, crucificado bajo el poder de Poncio Pilato por haber dicho que era el Cristo, el Hijo de Dios, al tercer día resucitó, según las Escrituras y como Él mismo había anunciado a sus discípulos.

(…) Cristo resucitado es esperanza para todos los que aún sufren a causa de la pandemia, para los enfermos y para los que perdieron a un ser querido.

(…) «Es necesario que los pobres de todo tipo recuperen la esperanza», decía san Juan Pablo II en su viaje a Haití. Y precisamente al querido pueblo haitiano se dirige en este día mi pensamiento y mi aliento, para que no se vea abrumado por las dificultades, sino que mire al futuro con confianza y esperanza.

(…) Jesús resucitado es esperanza también para tantos jóvenes que se han visto obligados a pasar largas temporadas sin asistir a la escuela o a la Universidad

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