Reina la impunidad de las violaciones “trans” en las cárceles

Muchos violadores en serie se aprovechan de las políticas penitenciarias pro-género para ser encerrados en centros correccionales para mujeres

Prisión

Foto: CC0 Pixabay

Es uno de los muchos y trágicos cortocircuitos de la identidad de género. En las cárceles, cada año, más mujeres son objeto de acoso y violencia sexual por parte de los hombres que, en nombre de la “autoidentificación”, consiguen ser recluidos en las cárceles de mujeres. El enésimo testimonio increíble procede del estado norteamericano de Washington, uno de los lugares más “liberales” del planeta. Un ámbito en el que los derechos, la autonomía y la seguridad de las mujeres deberían ser inigualables.

Una ex reclusa del Centro Penitenciario para Mujeres de Washington declaró a la revista conservadora sobre los años de violencia a manos de un compañero de prisión. Revista Nacional: un hombre “transgénero” llamado Jonathan, que se hacía llamar “Jazzy”, fue acusado de agresiones sexuales por varios reclusos. Una de ellas dijo que había sido abusada mientras dormía por “Jazzy”, quien siempre negó las acusaciones y la acusó de ser homofóbica. La víctima denunció que, en los procesos por mala conducta sexual, los funcionarios de prisiones tienden a favorecer a los transexuales para evitar los litigios por supuesta discriminación. Así, no sólo se incentiva a los reclusos (que se identifican como mujeres) a acosar a las reclusas, sino que la dirección de la prisión tiende a rechazar las acusaciones hechas por las mujeres. Tanto es así que la propia presunta víctima de “Jazzy” fue acusada de dar falso testimonio y, por ello, fue recluida en régimen de aislamiento.

La disforia de género se atribuye casualmente

Scott Fleming, ex guardia de prisiones en el Centro Correccional para Mujeres de Washington, dijo a National Review que muchos violadores en serie se aprovechan de las políticas penitenciarias pro-género para ser encerrados en centros correccionales para mujeres. Numerosos diagnósticos de “disforia de género” realizados con extrema superficialidad son tomados al pie de la letra por el sistema penitenciario. En este caso concreto, “Jazzy” habría confiado a su compañero de prisión que aún no había iniciado ningún tratamiento hormonal ni transición de género y que sus genitales masculinos seguían completamente intactos.

Cuando le preguntaron cómo había conseguido evitar que le revisaran su anatomía, el preso “transexual” ( supuestamente ) explicó, con una risa maliciosa, que había fingido llorar, acusando al personal de la prisión de tener prejuicios contra él y de querer “experimentar con sus partes”. De hecho, la ubicación de un recluso en la rama masculina o femenina de una prisión sobre la base de la identidad de género no es tan obvia. Por el contrario, es necesaria una “larga evaluación” por parte de los servicios sanitarios y del centro.

Lágrimas de cocodrilo

La reclusa atacada por ‘Jazzy’ confirmó entonces los abusos sexuales contra otra reclusa, Heather Trent, por parte de una “transexual” llamada ‘Princess Zoee Marie Andromeda Love’. Se dice que esta segunda víctima tenía graves problemas mentales y un temperamento especialmente infantil. Trent también fue supuestamente víctima de las insinuaciones de un “transexual” de origen femenino llamado “Ziggy”. La reclusa declaró a National Review que había sido agredida por un recluso “transgénero” que, al estar privado de hormonas, se había vuelto eróticamente agresivo.

Al parecer, atacó a la presa, preguntándole si iba a presentar cargos contra él por lujuria (en las prisiones de Estados Unidos, cualquier acercamiento sexual entre presos se considera ilegal). Cuando la víctima dijo que sí, el preso rompió a llorar y le rogó que no lo hiciera. De hecho, nunca se ha denunciado ningún caso de agresión sexual con esas características al Departamento de Prisiones del Estado de Washington (DOC). Casos como éste, dice el preso agredido, son sólo la punta del iceberg. Cuando se produce la violencia, el sistema penitenciario del Estado de Washington tiende a encubrirla para protegerse de las demandas. “Muchas mujeres ni siquiera se dan cuenta de que son víctimas, siendo ellas mismas prostitutas o habiendo sufrido abusos sexuales durante toda su vida. Para ellas es normal. Los que se defienden son perseguidos o segregados”, comenta la víctima.

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