El pasado mes de abril el Senado de Montana (EEUU) aprobó la Ley 99 por la que se prohíben los tratamientos trans para menores de edad. No se aplicarán pues ni bloqueadores de pubertad ni se permitirá hormonar a menores ni mucho menos se autorizarán castraciones de personas sanas.
La razón es muy sencilla: estos tratamientos son irreversibles y la prudencia nos impone esperar. Porque la experiencia acumulada evidencia que un altísimo porcentaje de casos de confusión de género en la adolescencia se resuelven de manera natural en la juventud. Normal: las hormonas están revueltas y los chavales “no se entienden a sí mismos”.
Permitir que una persona que no se ha encontrado a sí misma, que tiene un coctel hormonal de difícil digestión, pueda resolver algo tan trascendental como su género sólo por cómo se auto percibe es de todo menos prudente. Es exactamente lo contrario de velar por el mayor interés del menor.
La aberración máxima no sólo es permitirlo sino perseguir a aquellos padres que traten de evitarlo. Se trata de “expropiar” a los hijos de manera directa y burda por quien ni los ha gestado, ni los ha parido, ni los ha atendido, ni los ha criado.
Así que Montana ha aplicado el sentido común, que desgraciadamente parece el menos común de los sentidos. Eso sí, no sin debate. Uno de sus sensores, un hombre que dice autopercibirse mujer, Zooey Zephyr, se ha mostrado agresivo contra la Ley:
“Aprobar esta ley es equivalente a la tortura (…) Sólo espero que cuando bajen sus cabezas en oración se encuentren sus manos manchadas de sangre”.
¿Hay que tolerar este tipo de agresividad abiertamente contraria al decoro parlamentario? 68 senadores de Montana creen que no, frente a 32 que creen que sí.
Y como las buenas noticias nunca llegan solas, el arzobispo de Oklahoma, Mons. Paul Coakley se manifestó el pasado 1 de mayo sobre el asunto trans a través de una carta pastoral en la que advierte contra la caridad mal entendida. Distingue entre quien sufre disforia de género de quien trata de imponer la ideología de género.
Al primero, acogida para acompañarle en aceptar la realidad que Dios quiso, para aceptar el don del cuerpo sexuado. Dios no se equivocó. Pero la vida a veces es difícil y produce heridas que hay que sanar. Heridas psicológicas, afectivas o espirituales.
Y en paralelo a la acogida al que sufre, combate a quien pretende ideológicamente rebelarse contra la realidad sexuada querida por Dios.
Dos buenas noticias ahora que Disney, Netflix, Nike y otras muchas empresas parecen haberse convertido en el brazo propagandístico de la cultura trans. Realismo caritativo frente a imposición ideológica.