Siento ser tan categórica. Pero así lo pienso. Por ello, en cuanto surge la oportunidad, es decir, en cuanto alguien me dice que ha ido a alguna tienda en domingo, suelto mi “Nosotros no compramos en domingo, porque esa persona tiene el mismo derecho a descansar que tú”.
Aunque suene altanero, es mi forma de crear conciencia sobre un derecho y un respeto al último día de la semana que hemos ido perdiendo silenciosamente y del que apenas se habla.
Por eso, cuando hace unos días llegaron a mí noticias de la “European Sunday Alliance” (Alianza Europea por el Domingo), sentí que, en esto también, las minorías creativas estaban empezando a ganar la partida al pensamiento único y borreguil que nos intentan imponer.
Pero, primeramente, somos nosotros, cada uno como ciudadanos y como consumidores, los que tenemos que tomar conciencia.
El domingo debe ser el día consagrado a la familia, a los amigos, al descanso, al ocio y, en el caso de los cristianos, a Dios.
Sin embargo, poco a poco vamos tomando como normal que TODO esté abierto en domingo. Y nos metemos en esa marea sin planteárnoslo. ¿Está abierto? Pues voy y compro.
¿Te gusta disfrutar de tu familia el domingo? ¿Te gusta hacer un plan con tu gente? ¿Quieres dedicarle un momento un poco más largo y especial a tu vida espiritual? ¿Quieres descansar tras una larga semana de trabajo? Pues esa persona que te está cobrando también tiene ese derecho, y a ella también le gustaría descansar o comer con su familia.
Si tú no dejas de ir a comprar, se seguirá viendo como normal que no se cierre en domingo. ¿Crees que se lo pensarían dos veces si nadie fuera a la tienda?
Es indudable que algunos servicios imprescindibles deben funcionar todos los días. El hospital no va a parar. O el tren. Y está claro que las noticias siguen ocurriendo. Y que parte de los planes familiares son espectáculos donde tiene que trabajar gente. Pero, ¿de verdad es imprescindible que hagas la compra de la semana en domingo?
Mi padre ha trabajado, hasta su jubilación, en el transporte público, por lo que he crecido con la conciliación de un trabajador de un servicio que no puede parar en domingos y festivos. Él libraba un fin de semana al mes; el resto de días libres eran en jornadas laborables para el resto. Y ese fin de semana se convertía en especial: era el momento de visitar juntos los museos y de patearnos Madrid como si fuéramos turistas. ¿Qué derecho tengo yo a quitarle a una familia un día tan especial como el que yo pasaba con mi padre una vez al mes?
Mis abuelos trabajaron toda la vida en el campo. Los animales también comían los domingos, y las tierras no entendían de días festivos, por lo que no tenían vacaciones. Pero la conciencia del domingo siempre estaba ahí: se intentaba hacer lo justo y, por supuesto, había que arreglarse para la misa. Después, se había guardado algo diferente para la comida, aunque fuera un torrezno que el resto de días no había (tampoco eran grandes lujos, claro).
Y de la austeridad obligada y muy bien educada castellana a la opulencia desorbitada actual. Una amiga, que trabaja en la sección de productos “gourmet” de unos grandes almacenes, me contó su experiencia de un 24 de diciembre. En mi opinión, el país se debería casi paralizar pasado mediodía. Pero, claro, tenemos que seguir comprando hasta la cena en el último minuto (sin pensar que el dependiente también tendrá que preparar la suya). Y uno de estas clientas que se quedan allí hasta las 8 de la tarde de Nochebuena, le preguntó: “¿Mañana abrís?”. La contestación de mi amiga no pudo ser mejor: “Yo también tengo familia, señora”. Tendría que haber añadido: “Y para mí también es Navidad”.
¿Podremos volver hacia atrás algún día, a esos domingos de tiendas cerradas y a esas Nochebuenas de calles vacías? Para mí, sí. Yo empiezo por no comprar en domingo ni en fiestas de guardar.