Las dos banderas

Algunas pocas personas afortunadas tienen la gran suerte de haber recibido el regalo de la verdad.  La verdad es un don gratuito que reciben y rara vez -salvo alguna excepción- la descubren por su propia cuenta: una herencia que ha legado su entorno, familiar, social o cultural. El resto de los desafortunados nos veremos obligados a vivir una constante búsqueda errante de esta verdad.

Por eso, las personas que poseen esa verdad tienen el derecho, y de hecho la obligación, de compartirla con el resto, así es, como la alegoría de la caverna. No es simplemente una cuestión de generosidad la que debería llevarnos a transmitir lo que honradamente consideramos como bueno y cierto, sino que además es necesario considerar que, al haber recibido gratuitamente este regalo, no hemos hecho nada para merecerlo. 

La verdad, sea de la índole que sea, nunca debe ser impuesta con violencia, ya que esto desvirtuaría lo que era bueno en un origen. Una de las cosas curiosas de la verdad es que debe ser abrazada voluntariamente para ser realmente comprendida. Uno la tiene que hacer suya, no debe estar atado a ella por obligación o presión social.

Sin embargo, también se puede pecar gravemente de lo contrario: vivir en la verdad sedentaria, en uno mismo, sin tomarse la molestia de compartirla combatiendo la mentira, encarando al mal.

Resulta casi más alarmante la crisis de ideales de la sociedad, y en concreto en los jóvenes. Estamos perdiendo las motivaciones que nos animaban a levantarnos, a dar un puñetazo sobre la mesa ante la injusticia, y -al menos intentar- cambiar las cosas. La gente ha dejado de creer en aquello que siempre fue importante, y esta falta de ideales y espíritu crítico ha sido el principal aliado de la propagación del Mal en el mundo. Como decía Edmund Burke: “lo único que necesita el mal para triunfar es que los hombres buenos no hagan nada” . Y parece que los “hombres buenos” estén desaparecidos.

La única manera de frenar el mal es hacer oposición firme a su doctrina. No vale solo con pensar que algo no está bien, sino que estamos en la obligación de tomar una actitud mucho más ofensiva, y no meramente defensiva. Esto es, ser activos. Me reitero en lo que dije en la presentación del lanzamiento de iFamNews en español: “Hablando, queremos cambiar el mundo. Actuando, cambiamos el mundo”.

Quizá esto recuerde a los acontecimientos a los que nos tiene acostumbrada la izquierda radical en cualquier lugar del mundo: hordas de violentos callejeros enmascarados que destrozan el mobiliario al grito de una gran mentira; hordas de violentos callejeros que arrojan toda clase de proyectiles contra los cuerpos de seguridad, sin importar los daños irreparables que éstos puedan causar; hordas de violentos callejeros, al fin y al cabo, que desatan su odio contra el opresor (tu, yo… y cualquiera que no les de la razón).

Hay que reconocerles que son gente que lucha por lo que cree, aunque esa creencia sea fruto de una mentira ponzoñosa. No les importa “arriesgar” por sus ideas, aunque ese riesgo suponga una grave lesión contra el derecho de otras personas.

Y ellos avanzan porque les dejamos. Es en estas cosas donde hemos ido cediendo terreno las personas que, aún teniendo la idea correcta del bien, no hemos tenido el valor suficiente como para afrontar la expansión del mal con actitud combativa.

Pero estamos a tiempo de cumplir nuestra obligación. Hay una bandera esperándonos.

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