“Con los que ríen, estad alegres, con los que lloran, llorad. Tened igualdad de trato unos con otros: no tengáis pretensiones, sino poneos al nivel de la gente humilde” (Rm 12, 14-16a)
La empatía ya la inventaron los cristianos porque la empatía es una manera de caridad. Es ser con el otro. Como tantas cosas los cristianos, la Iglesia, van por delante. Sencillamente porque siguen al Maestro y porque escuchan a la naturaleza humana y el corazón del hombre buscando su bien.
Escuchar al otro, ponerse en ‘su piel’ y a su nivel, como dice San Pablo. Tratar a los demás siempre como iguales y sabiendo que nosotros también fallamos, también nos equivocamos y también podemos hacer eso que ha hecho el otro o nos puede pasar lo que al otro. Igualdad de trato, sin pretensiones.
Así es el cristianismo, porque el corazón y el alma del hombre está hecha para la eternidad, para amar y darse. Y ahí encuentra la planitud. Encuentra la felicidad, encuentra a Dios.
Pero hay que buscar.
Y cuando uno busca lo mejor para el hombre, entonces, encuentra la caridad, el perdón, la superación personal, el esfuerzo, la constancia, la empatía y todas esas cosas que hacen crecer al hombre y llevarlo a su meta.
Hoy parece que el esfuerzo, el sacrificio y la generosidad son términos que producen urticaria. Y en su lugar ponemos competitividad, empoderamiento y ambición.
Pues yo creo que eso sólo lleva a soledad y tristeza. Que nos lleva al lado contrario de donde queríamos ir. No nos lleva a la plenitud ni a la felicidad. ¡Qué grave es la actitud de los que venden inmediatez y éxito al precio de la felicidad, la de los que exigen ambición para ser tenido en cuenta, la de los que desprecian al humilde y al sencillo, al que se pone en último lugar! Tienen una seria responsabilidad en la soledad humana. Y no quiero juzgar, pero puede que tengan parte de responsabilidad en la tristeza generalizada de los adolescente y jóvenes, en las cifras terribles de suicidios en esas edades, en las vidas vacías.
A los que estáis con ellos, con los adolescentes y jóvenes, con más motivo os pido yo también con san Pablo: los que ríen, reid, con los que lloran, llorad. Poneos a su lado, a su nivel, escuchad en silencio y acompañar. No tengáis pretensiones, estad dispuestos a ‘perder el tiempo’ a su lado, acompañando. A dar la vida por los demás.