Los partidos de fútbol que apasionan a las multitudes, y llenan los estadios son, bien mirados, una metáfora de la vida.
El adolescente es como un equipo que sale a la cancha y está haciendo ejercicios de calentamiento antes de que el árbitro toque el pito para iniciar el juego.
Cuando sale del colegio se inicia el partido. Los muchachos están llenos de impulso, de energía, de vida y deseos de triunfar.
El adolescente tiene dos tiempos por delante para ganar o perder, para meter goles, o que se los metan. Cuenta con una barra de hinchas que lo apoya, y con otra que le es contraria: sus padres y sus amigos de un lado; sus rivales y sus enemigos, del otro.
Los goles que quiere anotar son las metas que se propone alcanzar en los años que tiene por delante, los logros a que aspira para tener una vida exitosa de la que pueda enorgullecerse.
Para meter esos goles necesita tener una estrategia de juego que tome en cuenta las condiciones de la cancha, así como las fortalezas y las debilidades del adversario. Es decir, no sólo sus propias condiciones, sino también las circunstancias concretas con las que se tiene que enfrentar, las ventajas y desventajas de su entorno, las dificultades y las facilidades que encuentre en la vida.
Los padres lo pueden ayudar y aconsejar, pero los goles los tiene que meter él.
Al frente está el guardameta, rodeado de los defensas, que tratarán de impedir que la pelota penetre en el arco. Ya sabemos quién es el guardameta contrario y sus defensas. Es el enemigo de siempre y sus cómplices, que tratan de frustrar nuestros planes y robarnos el éxito, junto con la esperanza de alcanzarlo (Jn 10:10).
A medida que transcurre el primer tiempo el marcador va señalando los goles anotados. Llega la mitad del primer tiempo, y quizá le han metido un par de goles al muchacho, y él todavía no ha metido ninguno.
O pudiera ser que él mismo, en un momento de atolondramiento, se metió un autogol, y cuando quiere recuperarse lo “faulean”. Alguien le ha serruchado el piso en el trabajo, o lo calumniaron y lo mandan a la banca por un rato. ¡Oh, como arde de furia cuando retorna al césped!
Sigue moviéndose el minutero, vuelan las hojas del calendario, pero él todavía no obtiene nada. ¡Qué rápido pasa el tiempo! Se agita, empieza a sudar angustiado. Todavía le quedan 15 minutos para voltear el marcador, o siquiera para empatar.
¡Tiempo! grita el árbitro. Se detiene el juego y todos a la banca. Hay momentos en que la vida nos saca de la cancha para que podamos reflexionar y reponer fuerzas.
Cuando empieza el segundo tiempo ya pasó la valla de los 40 años. Ya no está fresco como al comienzo, pero todavía guarda energías, y no hay suplente que lo reemplace.
Los goles que metió son las cosas que ha logrado en la vida: profesión, casa propia, familia, auto… Pero quizá no metió ninguno, no tiene nada de eso y se siente derrotado.
Los goles que le metieron son las adversidades, las desilusiones, los fracasos, las enfermedades…
Pero aún le queda el segundo tiempo por delante para recuperarse y ganar el partido. ¿Cómo se moverá el marcador? ¿Meterá más goles, o se los meterán?
¿Cómo anda tu vida si ya estás jugando el segundo tiempo? ¿Cuántos goles has hecho? ¿Cuántos te han metido? Si el marcador está en tu contra, todavía puedes voltearlo con la ayuda de Dios antes de que termine el encuentro.
De repente, en un momento de descuido, cuando está por meter un gol, la pelota se va al “corner”. ¡Tiro de esquina! Decreta el árbitro. Es un momento de peligro, pero lo salva con un cabezazo genial que arranca aplausos de la tribuna. ¡Qué magnífico jugador es este tipo, comentan los hinchas!
Saber usar la cabeza y no dejarse llevar por las emociones, o por el desánimo, cuando hay que tomar decisiones es muy importante para triunfar en la vida.
Al final se juega el tiempo de descuento, cuando se jubila, pasados los sesenta años. Todavía tiene una chance de ganar el partido, si le quedan piernas para correr y se esfuerza. En las tribunas el público retiene el aliento. Pero cuando el árbitro toca el pito final, se acaba el partido y ahí queda el marcador.
Habrá quienes celebren el triunfo porque se alzaron con la copa, y quienes lamenten su derrota, y se vayan a llorar al camarín, como harán algunos deudos afligidos. Pero lo que importa y alegra a los espectadores es que el partido haya sido bien jugado, respetando las leyes de la ética, y que nadie ganara medallas injustamente.
En las exequias dirán que fue un gran goleador, que se dio por entero en la cancha de la vida, y no fue un ocioso que se aprovechó del esfuerzo ajeno; que tenía un gran dominio de la pelota; que no la retuvo cuando convenía pasársela a otro; que supo jugar en equipo y no pretendió lucirse metiendo él solo todos los goles.
Es muy importante que el niño sepa que a la cancha de la vida se sale para meter goles, que debe empezar a hacerlo desde temprano, y que su triunfo depende en parte de la colaboración de otros. No vaya a ser que su vida pueda ser comparada con la del futbolista de barrio, del que se dice que sabe jugar bonito y lucirse, pero no sabe meter goles.
Al niño hay que enseñarle (pero con prudencia, pues no es sino un niño) desde pequeño a fijarse metas, a planificar cómo las alcanza y, sobre todo, a lograrlas, a no aceptar los fracasos.
Esas metas que se proponga serán las adecuadas a su edad, a la etapa de la vida en que se encuentra, y estarán relacionadas con sus estudios, con los deportes que practique, con sus colecciones, con sus juegos, sus lecturas, con sus amigos y amigas, porque los hay buenos y malos, los que te ayudan a triunfar, y los que te desvían.
El niño debe ser estimulado a fijarse propósitos para su vida, y es bueno que converse sobre ellos con sus padres y que sienta que sus padres lo apoyan. Más tarde, cuando la vida lo lleve por otros caminos y se independice, buscará el consejo de sus padres porque está acostumbrado a hacerlo desde pequeño, y sabe que en ellos encuentra a sus mejores amigos.
Pero no sólo el consejo de ellos, si es que ha encontrado un buen amigo, es decir, un entrenador capaz, que observe sus defectos y sus virtudes, y que lo ponga en el lugar de la cancha que más conviene a sus cualidades.
Pero más que nada debe cuidarse de las tentaciones, de los malos amigos. No vaya a ser que en la prueba de dopaje le encuentren una sustancia prohibida en su organismo, y lo manden a la sombra durante un tiempo, y que toda la gloria que alcanzó quede manchada, o se desvanezca.