El Coronavirus de Salem (3 de 3)

Se hace imprescindible el debate y la contrastación de datos y teorías, en suma, la libertad de información y de opinión, pues en caso contrario, quien los monopoliza puede manipular la supuesta realidad y a las personas a su antojo.

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7. Sin embargo, en séptimo lugar, tal vez una de las hipótesis más interesantes que se desprenden de la premisa que motiva estas líneas (que el patógeno no existe) apunta a la percepción que de la efectividad de la vacuna posee la mayoría de la población.

En efecto, si estamos peleando ante un enemigo inexistente, resulta obvio que este no puede causarnos ningún daño. Sin embargo, como la gente se encuentra por regla muy general aterrorizada ante este supuesto e inminente peligro, el hecho de que no le ocurra nada (lo cual, se insiste, es lo que tiene que pasar ante una situación como esta), lo atribuirá precisamente al supuesto remedio que le ha sido suministrado. Es decir, como se está luchando solo, aunque no se sepa, el evidente “triunfo” de esta lid imaginaria será atribuido inmerecidamente a la aparente solución que tan oportunamente nos han suministrado para combatirlo, esto es, la vacuna.

Ello explica que esta aparente “solución” tenga tantos y tantos adeptos que la defienden a brazo partido, al estar absolutamente convencidos que ha sido precisamente gracias a ella que se han “salvado” incluso de morir, todo lo cual ha sido incentivado en gran medida por el estado de pánico hipnótico en que se encuentran, fruto del bombardeo constante de noticias catastróficas a este respecto.

Nuevamente debe recordarse que no todas las enfermedades proceden de un contagio, existiendo un cúmulo de factores que pueden ser responsables de las mismas. En consecuencia, de presentarse casos de este mal producido por elementos ambientales, la vacuna resulta igualmente inútil ante ellos. Más aún: de darse lo anterior, no sólo no tendría ninguna justificación su administración, sino que surgen las inquietantes incógnitas de saber qué estaría realmente combatiendo dicha vacuna y cuál sería el propósito de la misma.

Incluso podría ser al revés, como se oye por acá y por allá: que la vacuna es al menos uno de esos factores ambientales causantes de esta enfermedad, pues como se sabe y no constituye ningún misterio, se trata de un suero que se encuentra en fase experimental.

8. En octavo lugar, todo lo dicho hace que los llamados “pases de movilidad” no tengan razón de ser, al margen de su carácter arbitrario, tema que no abordamos aquí. Ello, debido a que según reconoce la autoridad, tanto vacunados como no vacunados en teoría pueden enfermarse y transmitir esta dolencia. Con lo cual, estos pases estarían produciendo un efecto sanitario exactamente contrario al que pretenden hacer creer.

En realidad, lo que ha motivado que la gran mayoría de la población haya acabado inoculándose, además de querer recuperar un cúmulo de libertades arbitrariamente arrebatadas, es la búsqueda de seguridad, ante el pánico a que ha sido expuesta por los medios de comunicación. De esta manera, la ciudadanía se siente más “protegida” al adquirir este pase de movilidad. Sin embargo –y para seguir con el discurso oficial–, incluso si se contagiara menos, el hecho de considerarse las personas falsamente seguras haría que este mal se expandiera más que si no existiese este pase, pues si conocieran su inutilidad, tomarían otras medidas de resguardo que por ignorancia no se adoptan.

Todo esto hace temer que el verdadero propósito de los pases de movilidad no sea sanitario, sino de control social.

9. En noveno lugar, otra conveniente consecuencia de este mal imaginario que sólo ven algunos, es que se le eche la culpa de los contagios mayoritariamente a los no vacunados. En realidad, la situación no puede ser más absurda, y muestra otra vez muy a las claras lo que puede hacerse creer a una población aterrorizada.

En efecto: si se supone que los vacunados se encuentran protegidos precisamente contra el mal para el cual ha sido elaborado este producto (en teoría, ese era su objetivo), resulta contradictorio que su efectividad dependa de que otros también lo hayan recibido, pues demuestra en el fondo que no sirve para nada. Como señalaba hace poco Manuel de Prada en un medio oficial, es como si ante una lluvia que arrecia, los que intentan capearla con paraguas de mala calidad le echen la culpa de estar mojándose no a las fallas de su propio elemento protector, sino a quienes han decidido no usarlo.

Más aún: puesto que en teoría tanto vacunados como no vacunados contagian, incluso en el caso hipotético que estos últimos lo hicieran en mayor grado, son ellos los que más debieran temer ante esta situación. Lo anterior, pues se supone que los vacunados (que se insiste: también pueden en teoría propagar el mal) se encontrarían al menos parcialmente protegidos del mismo, a diferencia de los que no se han inoculado. Por tanto, de acuerdo con la versión oficial, estos no vacunados estarían en una situación de mayor vulnerabilidad. En consecuencia, al no estar “protegidos”, debieran ser ellos quienes más tendrían que temer de juntarse con los vacunados, al encontrarse indefensos ante los mismos. Y lo contrario, esto es, que los vacunados, supuestamente más protegidos, debieran tener mucho menos miedo de los no vacunados, sin olvidar nuevamente que todos serían transmisores del mal.

Con todo, el efecto más perverso de esta situación es el control mental que sufre la mayor parte de la ciudadanía gracias a este monopolio de la información, infundiéndoles el terror, dividiendo a la población entre “buenos” y “malos”, y generando un auténtico odio hacia los que no siguen las directivas de la versión oficial, al hacerlos responsables de algo respecto de lo cual no tienen culpa alguna. Y todo esto, pese a ser la vacunación “voluntaria”.

10. En décimo lugar y en estricta relación con lo recién señalado, si la solución propuesta e impuesta es tan efectiva como se nos prometió desde un principio, ¿por qué sigue creciendo el número de muertes, sobre todo en varios países europeos, al punto de ser en algunos el doble de las registradas al inicio de la pandemia, cuando no había vacuna? ¿Qué tipo de efectividad tiene una solución que no logra mejorar la situación a la que hemos estado sometidos por ya largos dos años –mascarillas, restricciones, etc.– y no permite salir de ella? ¿Por qué habría que confiar, ahora sí, en este mismo remedio, cuyos resultados de acuerdo con lo que informan los canales oficiales, viene en el fondo a probar su falta de eficacia, en particular frente a las muchas y seguidas “variantes” que van surgiendo? ¿O en una solución experimental no sólo temporal (ya se anuncia que debe repetirse cada seis meses) sino que nos termina haciendo dependientes de sucesivas y constantes vacunaciones para no quedar con un sistema inmunológico peor que antes? Y finalmente, pretender que todo esto se debe a los no vacunados, no resiste el menor análisis.

Debe hacerse hincapié en que no existe contradicción entre lo dicho en este punto y aquel en que se señalaba que la percepción de la población sobre la efectividad de la vacuna es muy buena, al ser la responsable de haberlos “salvado” de padecer este mal en teoría imaginario. Ello, pues en términos brutos, hasta ahora la cifra de fallecidos (y también de enfermos graves) resulta muy baja en relación con el total de la población mundial inoculada, además de no estar siendo informadas estas situaciones en su totalidad, lo que las invisibiliza más todavía. Además, debe recordarse que un número altísimo de supuestos infectados son los llamados “asintomáticos”, con todas las dudas y absurdos que esa situación genera.

11. En undécimo lugar, este monopolio de la información es lo que explica que se justifiquen las muertes (que según señalan varios medios oficiales van en aumento en diversos países en relación con el año pasado en que no existía vacuna), achacándolas a la enfermedad y no a la inoculación, pese a poseer sus víctimas la pauta completa. De este modo, al no permitirse el disenso y carecer de parámetros de comprobación, se nos puede hacer creer cualquier cosa.

De hecho, resulta profundamente llamativo que a pesar de toda la censura anterior, se sepa a ciencia cierta de las miles de muertes que ha producido esta vacuna, y que pese a ello esta solución no haya sido retirada, cosa que sí habría ocurrido con otros fármacos –como de hecho ha acontecido en el pasado–, incluso con muchos menos decesos que en el presente caso.

12. Lo mismo pareciera explicar, en duodécimo lugar, la dramática cifra de efectos secundarios producto de la vacuna –dado su carácter experimental–, por desgracia casi todos mostrados en medios alternativos, también en niños y jóvenes. Con todo, más de alguno ha aparecido ya en los medios oficiales, lo que prueba que existen.

Particularmente llamativo ha sido el caso de los muchos deportistas de élite que han sufrido infartos, arritmias e incluso muertes después de la vacunación. En efecto, ¿cómo es posible que personas jóvenes y sanas, que viven precisamente de su estado físico, que están siendo permanentemente monitoreadas y cuentan con un entrenamiento y una dieta profesional, sufran estas lamentables situaciones?

De hecho, es curioso que ante la gran popularidad de los deportes, mucha gente no sea capaz de al menos extrañarse de la anterior situación, sabiendo que la gran mayoría de estos deportistas han sido vacunados, pues en muchísimos casos la inoculación se ha convertido en el requisito sine qua non para seguir trabajando. Una prueba más de cómo el terror y la angustia pueden nublar el juicio, paralizándolo.

Sólo esto último pareciera explicar también que pese a existir ya varios indicios de que algunos efectos graves e incluso letales han sido producidos por esta vacuna experimental, no se le atribuyan a la misma, e incluso se considere que son fruto de las “variantes” de este mal o de la irresponsabilidad de los no vacunados.

CONCLUSIONES

Las anteriores reflexiones, de carácter teórico, han buscado hacer un ejercicio mental a partir de la premisa de acuerdo con la cual, el virus no existe. Igualmente, varias de las hipótesis planteadas resultan más o menos coherentes con la otra premisa mencionada –pero no desarrollada aquí–, de que se trataría de un virus mucho menos peligroso y contagioso.

Si bien no es posible comprobar estas reflexiones, se ha creído oportuno realizarlas, dado la notable y hasta sorprendente congruencia que guardan con varias situaciones reales que estamos viviendo en la actualidad.

También debe reiterarse en que hasta donde podemos percibir, la enfermedad (el Covid-19) existe. Lo que no queda claro, de acuerdo con estas reflexiones, es si ella es causada por el patógeno al cual se le atribuye (el Sars-Cov-2), o también si se trata de otra u otras dolencias.

Finalmente, estas reflexiones teóricas han pretendido mostrar los nefastos e incluso irreparables efectos que puede tener para cualquier sociedad el monopolio de la información y la ausencia o incluso proscripción del debate, pues ello otorga un poder incontrastable a sus detentadores, pudiendo con ello dominar a toda una población mediante el engaño.

En realidad y en el caso que nos ocupa, de ser cierta la hipótesis planteada (que el virus no existe), la situación no puede ser de mayor engaño y total indefensión para nuestras sociedades. En particular, porque la población terminará creyendo a la postre que los supuestos triunfos contra la enfermedad (en este caso, el hecho “milagroso” de no padecerla) se deben a la vacuna, y sus ya evidentes fracasos, a la enfermedad.

Se insiste en que la anterior situación resulta particularmente siniestra, pues hace que nos encontremos ante una ecuación en que de manera inevitable se produce el mismo resultado: que lo que hace la autoridad siempre estará bien, que ella nunca se equivoca, y que todo lo obrado es en nuestro propio beneficio. Así, al tener el monopolio absoluto de la verdad, resulta imposible salir de este timo y la autoridad resultará siempre gananciosa, al punto que la población le estará agradecida por ello. En suma, que nos encontramos ante una sutil y muy efectiva forma de esclavitud.

Es por eso que se hace tan importante el debate y la contrastación de datos y teorías, en suma, la libertad de información y de opinión, pues en caso contrario, quien los monopoliza puede manipular la supuesta realidad y a las personas a su antojo.

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