El Coronavirus de Salem (2 de 3)

Lo que sigue son simples reflexiones hipotéticas, siendo nuestra principal herramienta en este cometido el sentido común.

Parte 1: https://ifamnews.com/es?p=112295


ALGUNAS HIPÓTESIS A PARTIR DEL PLANTEAMIENTO INICIAL

Se reitera que lo que sigue son simples reflexiones hipotéticas tomadas a partir de la conclusión señalada, siendo nuestra principal herramienta en este cometido el sentido común.

1. Una primera hipótesis es que si estamos ante un enemigo inexistente, cuya “realidad” depende sólo de lo que “dicen” de manera monocorde y monopólica determinadas entidades, nos encontramos completamente indefensos ante el mismo.

En efecto, como se trata de una quimera, nadie puede comprobar su existencia y por lo mismo, estudiarla para determinar qué efectos produce (recuérdese que todas las voces disidentes han sido silenciadas, por lo que casi no se toman en cuenta en este análisis). Sólo nos queda creer lo que nos dicen. Y esto tiene varias consecuencias notables que resultan del máximo interés.

Así por ejemplo, la detección de esta enfermedad resulta todo un misterio: tenemos que creer lo que nos dicen los dueños de la verdad. De esta manera, si el único modo de comprobar este mal son los test PCR, pero el virus no existe en realidad, ello explicaría por qué tantas y tantas personas han sido diagnosticadas con el mismo, siendo una incógnita para ellas cómo lo adquirieron. Más aún, también aclararía el sorprendente hecho de que a pesar de encontrarnos ante un virus sumamente contagioso, haya familias, personas que conviven, o eventos de gran aglomeración, en que pese al contacto estrecho evidente que generan estas situaciones, no todos se encuentren contagiados.

Debe recordarse que según la versión oficial, el Covid puede ser detectado tanto en personas que presentan una multitud de síntomas –tal vez más que en cualquier otra enfermedad, dicho sea de paso–, como en aquellas que no muestran evidencias de este mal (sobre las cuales se volverá dentro de poco). Lo que interesa resaltar aquí es que aun cuando se presenten estos síntomas, la duda radica en si ellos son provocados por el virus Sars-Cov-2, y también si en varios casos, dichos síntomas obedecen a otras enfermedades diferentes al Covid, como la gripe común, por ejemplo, dolencia que en algunos países, curiosamente, casi ha desaparecido. De alguna manera, actualmente todo es Covid.

Por lo mismo, si se ha monopolizado la forma de “diagnosticar” este mal y no se permiten otros modos de detectarlo, quien controla este instrumento puede alterar los resultados a voluntad. En realidad, es cosa de hacer más exámenes en un día cualquiera para obtener supuestamente más diagnosticados y señalar campantemente que el número de contagios ha subido. Sin embargo, raramente se menciona la cantidad total de test PCR que se han llevado a cabo en esa jornada, indicando solo los supuestos números brutos finales, no la proporción resultante de acuerdo al volumen de casos analizados. De esta manera, resulta evidente que si un día se hacen diez mil exámenes y al siguiente treinta mil, el número total bruto será mayor en la última jornada, aunque proporcionalmente podría ser menor.

Finalmente, un dato que también debe ser tenido siempre en cuenta radica en que es muy diferente morir “de” Covid que morir “con” Covid. Ello, pues en el primer caso sería esta enfermedad la responsable del deceso; en cambio en el segundo, lo anterior ocurriría por otro motivo, no siendo este mal el responsable, o al menos en mayor medida. Sin embargo, estadísticamente ambos casos se toman de manera conjunta sin distinguir entre ellos. De esta manera, si al margen de su gravedad y urgencia a cada ingreso que se hace a los centros de salud se le hace antes que cualquier otra cosa un PCR para ver si padece este mal, resulta lógico que si la dolencia por la cual requiere de atención termina siendo fatal, ella abulte las estadísticas atribuidas a esta enfermedad.

2. En segundo lugar, otro aspecto de sumo interés –y que causa una profunda perplejidad, haciendo más verosímil la teoría del engaño–, es el caso de los así llamados “asintomáticos”.

En efecto, puesto que nuevamente de acuerdo con la versión oficial la única manera de verificar que se tiene una enfermedad cuyas secuelas no se están padeciendo ni se padecerán en absoluto es el test PCR, esto añade un nuevo motivo de duda respecto de su fiabilidad. Pero además, muestra lo manipulable que es la población al estar sumida en el terror y el pánico –al creer a pies juntillas en esta posibilidad–, fruto del bombardeo informativo de todos los días.

En realidad, si se piensa bien, la situación no puede resultar más insostenible, pues más tarde o más temprano la enfermedad debiera manifestarse de alguna manera. En caso contrario, sencillamente la enfermedad no existe. Sin embargo, ello no ocurre en este caso, lo que hace que el afectado tenga que creer que está “contagiado”, lo que lo convierte en una especie de “enfermo imaginario”.

Con todo, resulta absurdo que para darse cuenta de que uno padece una enfermedad que no produce ni producirá síntomas, haya que ser informado de ello. Pero además, el absurdo se incrementa, al sostenerse que pese a lo dicho, este “enfermo” puede contagiar a otros e incluso producirles la muerte. Lo anterior, pues aún en el supuesto caso de estar efectivamente contagiado, lo sería en virtud de una cepa inofensiva, lo que no explica cómo esa misma cepa podría producir la muerte de otro al ser infectado por ella; o al revés, que un asintomático haya adquirido la enfermedad por contagio de alguien que ha muerto, por ejemplo. No existe así ninguna relación entre causa y efecto.

3. Lo mismo ocurre, en tercer lugar, con las llamadas “variantes”: si estamos ante un enemigo invisible en el que debemos creer, quien nos advierte de su existencia puede multiplicarlo y darle las formas que quiera, y siempre habrá que continuar confiando en su palabra. Con todo, no deja de ser curioso que ante la presencia de cada vez más “variantes” –todas surgidas luego de la instauración de la vacuna, dicho sea de paso–, se proponga siempre la misma solución hecha en teoría para combatir al adversario original, pues si se trata de “mutaciones”, resulta evidente que las nuevas características del enemigo de turno no pueden ser vencidas con el arma tradicional confeccionada para neutralizarlo.

Sin embargo, tal vez el efecto más nocivo de ir añadiendo más y más variantes a esta creencia (como ocurre ahora con la Ómicron, pese a ser sus síntomas muy similares a los de un resfrío común), es que con ello se consigue mantener a la población en pánico y en alerta de manera permanente, al decaer este estado de ánimo en relación a la información anteriormente suministrada, que de esta forma queda relegada por la nueva, y así indefinidamente.

4. Una cuarta nueva hipótesis es que como estamos ante un enemigo invisible que en realidad no existe, la forma de combatirlo sólo la puede suministrar el que lo “ve” y nos alerta sobre su peligrosa presencia. De esta manera, otra vez coinciden en el mismo ente la calidad de juez y de parte (o si se prefiere, cronológicamente de parte y de juez), pues es el único habilitado para saber cómo enfrentar al supuesto enemigo del cual él es el solitario visualizador.

Esto explica que las propias entidades que han insistido en la existencia del mal (organismos internacionales, personal sanitario, gobiernos y medios de comunicación), sean los principales promotores de la “solución” del problema que ellos mismos han creado, al punto que se censuran sin piedad cualesquiera otras posibles formas de combatirlo y se impone, incluso de manera coactiva, el único remedio posible, autorizado y sacralizado por ellos: la vacuna, pese a su reconocido carácter experimental.

La anterior situación no puede ser más contradictoria y anómala, pues si realmente estamos –como se nos insiste a diario– ante una situación casi apocalíptica, debieran ser muy bienvenidas todas y cada una de las propuestas y soluciones para combatirla, si de verdad se busca proteger a las personas. Sin embargo, se nos exige casi coactivamente tener que creer y obedecer ante esta única solución legitimada desde casi el inicio de esta supuesta “pandemia”.

Dejaremos al margen todo el debate que se ha producido por el carácter experimental de estas inoculaciones, su administración supuestamente “voluntaria”, la exclusión de responsabilidad de todos los involucrados salvo de los que se han visto empujados a inocularse, y las groseras e inadmisibles restricciones de las libertades que ha generado. Sí utilizaremos para nuestras reflexiones algunos de los efectos secundarios que están comenzando a verse (por los medios oficiales, dicho sea de paso) y la efectividad de esta pretendida solución.

5. En quinto lugar, es este mismo monopolio de la información lo que torna confusos y contradictorios los mensajes respecto de la efectividad de las vacunas, no existiendo manera de corroborar si ella es o no verídica, razón por la cual nuevamente hay que hacer un acto de fe en cuanto a lo que se nos dice.

Como se sabe, la versión más extendida es aquella que señala que la vacuna no protege del contagio, ni impide contagiar, sino sólo atenuaría los síntomas, haciendo menos probable enfermarse de manera grave, ser internado en cuidados intensivos, o morir a causa del Covid. Lo cual resulta bastante contradictorio con el verdadero propósito de una vacuna.

De hecho, si se vuelve a la premisa que motiva estas reflexiones (que el virus no existe), en realidad no hay manera de saber si estos efectos son producidos por el supuesto mal que se dice estar combatiendo, o por el arma que en teoría nos protege del mismo. Lo anterior es particularmente llamativo si se toman en cuenta el aumento de casos de Covid que se anuncia en varios países, pues aunque de acuerdo a la versión oficial se trata de no vacunados (sobre los cuales volveremos pronto), de tanto en tanto se reconoce por los medios oficiales que la mayoría de los ingresados a unidades de tratamientos intensivos y fallecidos son personas vacunadas, incluso con su pauta completa.

6. Con todo, en sexto lugar, un hecho que no puede ser pasado por alto en atención a su gravedad, es la vacunación de niños y jóvenes, lo que nuevamente muestra hasta dónde puede llegar la histeria colectiva.

Nunca se insistirá lo suficiente en cuanto a que esta situación constituye una auténtica monstruosidad, tanto por estar ante un producto experimental, como por el bajísimo y casi nulo riesgo que representa el Covid para este segmento de la población. Todo esto además, pese a que muchísimos especialistas han advertido hasta la saciedad lo que venimos diciendo. Pero parece que una vez más la auténtica paranoia que estamos viviendo impide llevar a cabo los razonamientos más elementales.

En realidad, si se reconoce que la vacunación no impide el contagio, el principal argumento esgrimido para autorizar (o mejor, forzar) esta situación, consistente en que se busca proteger a la población mayor, se cae a pedazos. Incluso, y desde una perspectiva más altruista, viendo los nocivos y graves efectos producidos en jóvenes que de tanto en tanto son informados por los medios oficiales (y que veremos pronto), ¿qué sociedad en su sano juicio sacrifica su futuro, a sus jóvenes, para proteger a sus adultos mayores?

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