El Coronavirus de Salem (1 de 3)

La actual situación que el mundo enfrenta con motivo del llamado Covid 19 está sostenida mucho más por creencias que por la verdadera ciencia, por fe que por comprobación, por aceptación en vez de verificación.

UN PARALELISMO NOTABLE Y UNA SORPRENDENTE CONCLUSIÓN

Tal vez como muy pocas veces en la historia, la actual situación que el mundo enfrenta con motivo del llamado Covid 19 está sostenida mucho más por creencias que por la verdadera ciencia, por fe que por comprobación, por aceptación en vez de verificación. De ahí que hablemos a este respecto del “coronavirus de Salem”. Veamos por qué.

El título se inspira en una ya vieja película, llamada “Las brujas de Salem”, que, según recuerdo, trataba de un caso judicial verídico ocurrido en esa localidad de Estados Unidos, me parece que en el siglo XVIII, llevado a cabo ante la inquisición protestante del lugar. En él, se acusaba de “bruja” a la protagonista, y la película mostraba cómo se desarrollaba el juicio y la histeria colectiva que originaba en la población, lo que culminó finalmente con la condena y ahorcamiento de varias personas inocentes.

Ahora bien, al margen de otros problemas y críticas que pueden hacerse a esta lamentable situación, lo que en particular me llamó la atención de la película cuando la vi hace ya muchos años, era que –al menos de acuerdo con lo mostrado por el filme– la única persona que podía “ver” a los brujos, demonios y demás portentos que mantenían aterrorizada a la población y que eran los responsables de inculpar a los procesados, era precisamente la “bruja” protagonista. Al resto de sus conciudadanos, incluidos los jueces que llevaban adelante el proceso, no les quedaba más remedio que dar por cierto los cada vez más estrambóticos dichos de esta “testigo” privilegiada, quien evidentemente, se aprovechaba de la situación para infundir el pánico e inculpar a quienes ella quería. Y se procedía de esta manera, pues se suponía que sólo podía “ver” a estos demonios quien estuviera asociado a los mismos, siendo por ello, un “brujo” o una “bruja”; y nadie quería estar en esa desventajosa posición.

Evidentemente, el anterior dato anula cualquier plausibilidad y garantía a este proceso judicial, al ser imposible comprobar los dichos emanados de la persona acusada, que eran la base para un posterior juzgamiento de los supuestamente implicados, usualmente la horca. Con lo cual, la injusticia y abuso cometidos resultaban evidentes e intolerables. Incluso, se mantenía viva a la “bruja” para que en virtud de sus dotes para comunicarse con lo paranormal, pudiera descubrir y acusar a quienes según ella, mantenían relaciones secretas con estas entidades. Finalmente, y luego de varios ajusticiamientos, la “bruja” escapaba del pueblo y además, con dinero robado.

Ahora, si se hace una extrapolación bastante libre de la narrativa recién reseñada y nuestra actual situación con motivo de la pandemia, surgen una serie de notables paralelismos y coincidencias entre ambas.

Ante todo, el principal paralelismo radica en que la existencia del virus productor del Covid-19 (esto es, el Sars-Cov-2), en teoría muy peligroso y tremendamente contagioso, es un dato que desde el inicio de esta crisis fue anunciado por diversas autoridades, y que ha tenido que ser creído a pies juntillas por toda la población mundial. Ello, pues se trata de un hecho que por sus características sólo algunos (muy pocos, a decir verdad) estarían en condiciones de verificar. De esta manera, diversas entidades (organismos internacionales, personal sanitario, gobiernos y medios de comunicación fundamentalmente), han insistido de manera casi obsesiva en este relato (la existencia de un virus, el Sars-Cov-2, muy contagioso y peligroso) y no han permitido ningún debate ni puesta en duda respecto de la versión oficial difundida por ellos, al punto que se ha censurado de forma totalitaria cualquier voz disidente.

Antes de continuar, es necesario aclarar dos cosas fundamentales. La primera, que hasta donde podemos percibir, la enfermedad (esto es, el Covid-19) existe. Lo que no queda claro, según se verá, es si ella es causada por el patógeno al cual se le atribuye (el Sars-Cov-2) y también, si a lo que se denomina Covid-19 (o al menos algunos de los casos que se le atribuyen) constituye en realidad otra u otras dolencias diferentes.

Lo segundo que debe advertirse es un dato de suma importancia: que no porque un determinado mal afecte a muchas personas, ello se deba a un contagio entre las mismas. Esto significa que existen varias enfermedades que son producidas por factores ambientales, no por la transmisión que pueda darse entre los propios afectados. El escorbuto (producido por la falta de vitamina C) o el cáncer (gatillado por multitud de factores, como la radiación) son buena prueba de ello. Por tanto, un determinado mal puede afectar a gran parte de la población, sea al mismo tiempo o de manera consecutiva y sin embargo, no existir ningún patógeno responsable de este fenómeno que se transmita de unos a otros.

De este modo estamos en presencia de un virus en cuya existencia debemos creer, al haber una sola voz que de forma unánime y sin resistencia alguna impone su versión del asunto y en virtud de ella, adopta una serie de medidas absolutamente restrictivas de nuestras libertades –todo, se nos dice, por nuestro propio bien–, que ya van para los dos años.

Este es un hecho que debe ser permanentemente resaltado: puesto que las “pruebas” de la realidad de esta situación dramática de la cual se nos informa a diario dependen absoluta y únicamente de los mismos que afirman su existencia –rechazando cada vez de manera más brutal y despiadada cualquier voz disidente o que al menos ponga en duda el relato oficial–, ellos son al unísono juez y parte en esta cuestión. Toda la información resultante de la existencia de este virus, desde los supuestos contagios, los enfermos a causa de este patógeno, así como las defunciones producidas por él mismo, está absoluta y completamente controlada y monopolizada por ellos, no habiendo manera alguna de corroborar si es verídica o no.

Lo mismo hace que esta información pueda y de hecho esté cambiando permanentemente, generándose confusión y desconcierto en la población: que las mascarillas sirven o que no sirven; que los test PCR son más o menos confiables; que los menores transmiten o no la enfermedad, y un largo etcétera.

Ahora bien, resulta evidente que hay fallecimientos y también enfermos relacionados al Covid, al menos eso dicen los medios de comunicación y uno lo escucha de tanto en tanto de familiares y conocidos. Sin embargo –y aquí se encuentra la clave de todo lo que se dirá en este escrito–, si se deja de lado por un momento esta auténtica avalancha de información catastrófica con que nos bombardean todos los días, ¿qué es lo que se percibe?, ¿qué es lo que se ve?

Sinceramente, lo que se ve en la realidad diaria es muy distinto de lo que muestran los medios de comunicación. De hecho, resulta bastante raro enterarse de alguien cercano que haya muerto supuestamente por esta enfermedad, y también es poco común, aunque menos, enterarse de personas cercanas que la hayan padecido de manera grave. Respecto de los bastante más comunes “enfermos asintomáticos” hablaremos luego.

De esta manera, la información oficial y la realidad no solo no cuadran, sino que tampoco guardan ni siquiera una coincidencia lejana entre sí. La vida sigue más o menos normal, como siempre, salvo, como podría percibir un observador externo ignorante de lo que dicen los medios, que las personas van con mascarilla incluso al baño, se juntan o agrupan por regla general bastante menos que en otros tiempos, y que hay un cúmulo de libertades que han sido seriamente afectadas o incluso anuladas por una autoridad obsesionada con controlar a una población generalmente aterrorizada.

En consecuencia, algo no cuadra, pues si existiera al menos alguna analogía entre lo que casi gritan los medios oficiales y los gobiernos y lo que vemos a diario, debieran existir –y nosotros conocer de primera mano– muchísimos más casos de contagios, enfermos graves y muertos, para justificar la auténtica paranoia que estamos viviendo.

Es por todo lo anterior que hablamos del “coronavirus de Salem”, pues la situación a la cual nos están forzando deriva de lo que nos dicen que está pasando, no de lo que verdaderamente ocurre a nuestro alrededor. Y como evidentemente es imposible corroborar lo que se nos dice (si las muertes en los hospitales son realmente por Covid, el número de contagios de cada día, los ingresos en cuidados intensivos, etc.), salvo por la información monocorde que se nos suministra, no nos queda más que creer en lo que se nos dice con tanto ahínco.

En el fondo estamos aplicando el simple sentido común, en este caso, comparando lo que se nos dice que está pasando con lo que realmente ocurre. Situación que exige un cierto esfuerzo mental para salirse del verdadero efecto hipnótico –causado fundamentalmente por el miedo– a que hemos sido sometidos sin piedad en los últimos dos años, particularmente por los medios de comunicación, situación que según parece, está lejos de terminar.

De ahí entonces que nuestra conclusión resulte bastante clara: puesto que lo que los organismos internacionales, el personal sanitario y los gobiernos locales nos dicen, todos a través de los medios de comunicación, no coincide ni de lejos con lo que vemos en el mundo real de todos los días, estamos ante un engaño. O el virus Sars-Cov-2 no existe, o es muchísimo menos contagioso, grave y letal de lo que se nos dice.

Ahora bien, si se sigue reflexionando a partir de la conclusión señalada y se la toma como premisa en su versión más fuerte (esto es, que el virus no existe), surgen una serie de nuevas conclusiones que curiosa y sorpresivamente, explicarían varias de las situaciones que se nos señala que ocurren, corroborando esta teoría del engaño. Algo parecido puede concluirse tomando esta premisa en su versión más débil: que se trata de un virus muchísimo menos contagioso, grave y letal de lo que se nos señala. Con todo, esta última hipótesis no será desarrollada aquí.

Por lo tanto, en lo que sigue haremos varias reflexiones hipotéticas a partir de la conclusión fuerte. Con todo, y aunque no sea objeto de este escrito, muchas de estas reflexiones también pueden derivarse de la conclusión débil, si bien de forma matizada.

Finalmente, se advierte que no tenemos manera de comprobar ninguna de ambas conclusiones, razón por la cual las reflexiones aludidas tienen sólo un carácter especulativo. Sin embargo –conviene repetirlo–, su compatibilidad o incluso coincidencia con muchas de las situaciones que estamos viviendo a diario resultan sorprendentes y permitirían explicar varias situaciones que a lo menos pueden calificarse de paradójicas.

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