Last updated on febrero 10th, 2021 at 10:54 am
La balanza nunca debe inclinarse por completo hacia un lado, siempre debe permanecer en un punto relativamente intermedio, de manera que ésta nunca vuelque por completo. En economía pasa lo mismo.
En el extremo izquierdo más radical se encuadran los “deslibertos colectivizadores”. Esas personas que, con buena intención o sin ella, aluden a uno de los dos sentimientos más naturales del ser humano: la empatía, que se traduce inmediatamente en igualdad. Todo ciudadano debe tener lo mismo que su vecino, y de este modo no habrá desigualdades. Sencillo ¿no?. Pues no, resulta que a la hora de la verdad este sistema (que no deja de ser utópico) destruiría el otro sentimiento natural del ser humano: la autonomía, que se refleja en la libertad del individuo.
Del mismo modo pero en el extremo opuesto, los “indiferentes lucro-magnates” defienden su forma de vivir empuñando la espada de la libertad, que llevada a un extremo, destruiría la igualdad que piden los “deslibertos colectivizadores”.
De esta forma, tanto “indiferentes lucro-magnates” como “deslibertos colectivizadores” defienden su idea de modelo desde un punto de vista bastante comprensible en ambos casos. Los dos buscan un mismo objetivo, dos palabras que rara vez van juntas: justicia social.
Sin embargo, aunque los dos personajes parecen buscar la misma meta admirable, ninguno de los dos perfiles consigue alcanzarlo nunca, porque por el camino se llevan por delante uno de los dos valores más fundamentales del hombre: el de la empatía o el de la libertad.
En el mundo altamente globalizado en el que vivimos, y después de la caída del telón de acero y con éste la del comunismo, parece que la balanza económica se ha terminado decantando por uno de los extremos (salvo algunas excepciones) al ritmo que marcan Estados Unidos y China. Esto, por lo general no parece alarmar mucho a la sociedad, o al menos no tanto como con la Unión Soviética, sin embargo, los daños que causa un mundo enteramente capitalista, aunque menos perceptibles, son casi tan escalofriantes como los que causó en su día el comunismo. Vivimos en un mundo lleno de “indiferentes lucro-magnates” que compiten en una carrera interminable amparados por su supuesto desarrollo económico, pero que retroceden vertiginosamente en el desarrollo social.
En todas las acciones en las que intervenga el Hombre debe haber Humanidad para que estas acciones no acaben desvirtuándose por la fuerza de la ley de de oferta y demanda.