Todas las personas necesitamos sentirnos seguras, es innato en nosotros. Desde que nacemos tenemos esa tendencia a buscar la seguridad. Un bebé se sentirá seguro en los brazos de su madre. Esto es conocido como el apego, que podría definirse como un vínculo afectivo que se establece desde los primeros momentos de vida entre la madre y el recién nacido o la persona encargada de su cuidado[1]. Es fundamental para que se desarrolle adecuadamente a nivel psicológico, emocional, social, así como su íntegra personalidad. Cuando aparecen situaciones de amenaza o peligro percibidos por el niño, es cuando particularmente se hace más necesaria esta seguridad.
Dentro de los 4 tipos de apego del psiquiatra y psicoanalista infantil John Bowlby (1907-1990) encontramos el de seguridad. El cuidador le proporcionará al niño todo aquello que le es necesario: alimentación, limpieza…lo que le hará sentir más confianza y seguridad en él.
Esta característica humana sigue vigente a lo largo de toda nuestra vida. Necesitamos sentir que vivimos “seguros”. Hay quienes creen vivir seguros pagando un seguro de vida durante toda su vida, sin darse cuenta que lo que es seguro es que se morirán tarde o temprano y ya de nada les servirá ese “seguro” una vez que partan a la otra vida. También los hay que por vivir “asegurados” viven para trabajar toda su vida, y cuando son ancianos y echan la vista para atrás, se dan cuenta de que no han disfrutado su vida y que tampoco lo que han adquirido les asegura librarse de la muerte, que es lo que realmente tenemos seguro que alcanzaremos todos tarde o temprano. Decía el Papa que nunca había visto un coche fúnebre con un camión de mudanzas después, ¡cuánta razón tiene!
Como he indicado anteriormente, la necesidad de seguridad se activa más concretamente cuando estamos bajo una fuente externa que nos proporciona miedo, presión sobre nuestras emociones, ansiedad, y, al fin y al cabo, inseguridad.
Y como vamos detrás de todo aquello que creemos nos da esa seguridad, los estados dictatoriales, conociendo perfectamente este perfil de las personas, se aprovechan para producir estados de ansiedad y miedo, para más tarde, brindarnos la solución. De esta manera observamos que ofrecen de un modo gratuito y bondadoso, todo aquello que cubra las necesidades de sus queridos ciudadanos. De una forma aparente, claro está, pues eso de dar filantrópicamente a los pobres, a los que no les llegan los recursos, a los que no pueden acceder a vacunas o a los que carecen de educación, es una trampa con doble cerrojo: primero te crees que lo hacen por tu bien, segundo caes en un profundamente agradecimiento por esas ayudas que te están salvando, para, por último, sentir que se está en deuda permanente por esa generosidad que hay que devolver con obediencia y respeto.
Un estado totalitario se diferencia de uno democrático en muchas cosas, una de ellas es que cuando “da” lo hace buscando un bien suyo, propio, personal y egoísta. Una táctica vieja es la del mantra de hacer las cosas por “el bien común”: un buen ciudadano es solidario, tiene en cuenta a los demás, antepone el beneficio común al propio, se sacrifica por todos… Es un ciudadano ejemplar y por ello tiene sus recompensas que le brinda el estado, que, a modo de tutor, le va guiando como hacer las cosas en la sociedad del bienestar para que todos se beneficien. Sin embargo, estos dóciles y obedientes ciudadanos, ignoran que tras esa “seguridad” que les lleva a hacer las cosas como le dicen otros, les va quitando su libertad personal: no hagas esto porque perjudica al resto, no vayas por allí, come esto y no lo otro, recicla, usa vidrio no plástico, no fumes en el coche… hasta llegar al control económico, de las empresas, del consumo, de las familias, de la vida privada e incluso de la educación. Clave esta última para evitar que las familias eduquen en una mentalidad libre y crítica, no vaya a ser que se forme una rebelión de insumisos que piensen por ellos mismos y no se dejen engañar tan fácilmente por el “papá Estado” ni busquen en éste la protección que promete.
Pues sí, querido lector, la libertad nos la quieren arrebatar a base de mentiras, confusión y censuras. Se aprecia, por ejemplo hace años muy claramente, con el pensamiento del género, el aborto y el homosexualismo. Tratar estos temas no es sencillo y suelen llevar a grandes confrontaciones incluso dentro de familias o grupos de grandes amigos. ¿Por qué si tú piensas una cosa y yo otra contraria hemos de enfrentarnos? Porque es precisamente lo que las leyes, etiquetas colocadas a todo el disidente de la versión oficial, las burlas e incluso el ataque, es lo que han provocado mediante tanta propaganda. Ya lo decía el sobrino de Freud, Edward Bernayds “la propaganda es el brazo ejecutivo del gobierno invisible”. Y enfrentados somos más fáciles de controlar. Quitar la libertad de expresión e incluso de pensamiento es muy sencillo, tan solo hay que inducir un miedo crónico en la población para que paralice la capacidad de reacción y de manifestarse abiertamente proclamando la verdad. Porque así actúan las dictaduras, jugando con la mente humana que ante tanto caos cae presa del shock, quedando colapsada y sin poder de decisión. De ahí que lo más cómodo sea dejarse llevar, sin pensar en que existen otras opciones y otros caminos a tomar, sin ser conscientes de que están manipulando nuestros pensamientos y sin ser capaces de percibir que nos están robando nuestro bien más preciado: la libertad. Así, aparentemente, nos creemos seguros de no ser señalados como malos ciudadanos.
En 1939, Adoulf Huxley en su obra “Un mundo feliz” exclamaba: “un estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores, pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuera necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre. Inducirles a amarla es la tarea asignada en los actuales estados totalitarios a los ministerios de propaganda, los directores de los periódicos y los maestros de escuela”.
Y de esta manera se pasa del amor que nos une a mamá al amor incondicional al papá Estado.
Con falsas pociones mágicas de esperanza y felicidad inducidas en las personas, logran que amen eso a lo que están sometidas, esclavas y atrapadas con tal de que llegue el “mesías” liberador” que les salve de aquello que les provoca dolor, miedo o inseguridad. El verdadero Mesías vendrá, sí, pero ¿encontrará fe en esta tierra?[2].
[1] https://www.mentesabiertaspsicologia.com/blog-psicologia/tipos-de-apego-y-sus-implicaciones-psicologicas
[2] Lc. 18, 1-8