La vida nos come. Vivimos deprisa, con muchos objetivos, muchos retos, muchas necesidades reales o creadas, con muchos compromisos y muchos planes.
Se nos pasa el día volando y llega la noche y a veces nos damos cuenta de que no hemos encontrado tiempo para rezar o ir a misa, o para ocuparnos de alguien que está solo, o para ir a la charla que organizaba la parroquia o a la presentación del libro que ha escrito esa persona que tanto te ayudó.
Estamos muy liados, no nos da la vida. Pero es que eso que nos ocupa el tiempo no es la vida. La vida es “eso otro” para lo cual no tenemos tiempo.
La vida es llamar a tus padres, visitar a tu amigo en el hospital, ayudar a tu hermana haciéndole un favor, empezar el día en misa o con un rato de oración ante el Sagrario. Eso es la vida, lo demás es perderla. Hay que trabajar, desde luego, pero el día tiene más horas, y de ti depende emplearlas bien.
Una vida sin tiempo para amar no es vida.
Ayuno, oración y limosna. Mira a ver si el ayuno de cosas superfluas puede ayudarte a la limosna con los que te rodean y a la oración.
Mira a ver cuánto tiempo te roba el mundo, el demonio y la carne.
Es verdad que no siempre podemos hacer todo lo que deberíamos o lo que nos gustaría, pero sí podemos incluir a Dios en nuestro horario igual que incluimos la comida o la ducha. Y podemos hacer una cosa por amor cada día, una visita, una llamada, un acompañar o un asistir.
Martas y Marías. Y seguimos siendo incapaces de elegir la mejor parte.
Se nos van pasando los días llenos de cosas y de ocupaciones y se van pasando, en realidad, vacíos, huecos. Y los meses y los años…y al final “nos examinarán en el amor”, tendremos que mostrar las manos y tal vez estén totalmente vacías.