El pasado domingo 3 de enero de 2021, en la apertura de la 117º legislatura de la Cámara de Representantes de EEUU, el congresista demócrata y pastor metodista Emanuel Cleaver, dirigió la oración de apertura, concluyéndola con las palabras “Amen, awomen”. Lo cual, si lo tradujéramos al inglés sería como “ahombres” y, por ende, no podía faltar su contrapeso “inclusivo” de “amujeres”.
Ante esto, podríamos tener diferentes reacciones.
Una ingenua, pensando que el pastor ignora que “Amén” es una palabra de origen hebreo que significa “así sea”. Algo que estoy segura que sabe perfectamente y que no tiene ningún reparo en manipular, a pesar de o, debido a, su papel como predicador.
Otra respuesta podría ser airada, subiéndonos al carro de la denuncia del imperialismo yankee, quejándonos de que se apropia de una palabra de otra lengua, creyéndose los dueños de todos los vocablos y pasándolo todo por su tamiz anglosajón.
Aunque el efecto más generalizado ha sido el de la risa irónica y la burla ante semejante ridículo. Así, no faltó quien con su ingenio sugirió que entonces dejáramos de decir solo adiós sino también “adiosa”. Lo cual, no me extrañaría, en esta espiral de insensateces, y que se terminara por acuñar semejante término.
Pero, mientras nos carcajeamos, esto es parte de la sustitución cultural que, de manera sutil están queriendo implementar los poderes actuales. Y es la demostración visible de la intención de “deconstruir” (otro vocablo inventado por estos nuevos “mesías”) la religión cristiana, reemplazándola por la nueva “religión” del género, que no es más que una mera ideología, es decir, un sistema cerrado de creencias que se da de bruces con la realidad y con toda evidencia.
Para ser exactos, no solo busca “deconstruir” la religión, en aras de la igualdad y la “liberación total” del ser humano en todos los órdenes, sino que propone esta operativa en frentes simultáneos: en el lenguaje, en las relaciones sociales, la reproducción, la sexualidad, la maternidad, la educación, la cultura, la ciencia…
Pero si hay que elegir un bastión especialmente preciado por los ideólogos del género, esos son la familia y la religión cristiana.
El primero, porque es el punto de arraigo de todo ser humano, su sostén y un espacio donde se nos quiere por ser, por el mero hecho de existir, lo cual, da una fortaleza a la persona y un sentido de pertenencia con los que es difícil competir.
El segundo, la religión, y muy concretamente, el cristianismo, es el enemigo a batir por la ideología de género porque actúa como dique moral y filosófico frente a los adoctrinamientos y manipulaciones de las teorías gender.
Por eso, la táctica aplicada actualmente es doble, por un lado, minar la libertad religiosa y lograr un destierro de la religión de la vida pública, intentando encerrar toda manifestación religiosa en el ámbito privado, en aras del laicismo y el “respeto a todos” (menos a los cristianos, claro) para lo que se valen de censura, denuncias, mentiras, calumnias o incluso amenazas de quemar a la Iglesia o acoso a sacerdotes y obispos.
Por otro, la estrategia es transformar estas expresiones en algo distinto, descafeinado, confuso, como el “awoman” y otros tantos ejemplos, para desmantelar y reemplazar toda raíz cristiana por sus tesis contraculturales.
Por tanto, es cierto que estos intentos despiertan respuestas hilarantes y gracias ingeniosas, y aún sin dejar de hacerlas, no subestimemos el poder subversivo de semejantes ocurrencias, porque esto es parte de un martilleo incesante, que, si no somos conscientes, va calando en aquellos que a todo tachan de conspiranoico hoy en día y que asumen sin espíritu crítico lo que les echen.
Así que, la propuesta es que retomemos nuestras raíces occidentales cristianas y hagamos alarde de ellas con orgullo, antes de que sin que nos demos cuenta, nos las arranquen a grito de uniformidad y tolerancia mal entendida.