Allá donde no haya libertad

La intolerancia liberticida de los que gritan a familias y niños a quienes les acosan simplemente por rezar. Es al fin y al cabo el odio a Dios y a la vida humana.

¿Cómo no voy a entenderlo? ¿Cómo no voy a entender que nos quieran ilegalizar, detener y callar? Por supuesto que lo entiendo; nosotros removemos los frágiles cimientos que mantienen en pie todo ese horrible bastión de contradicciones al que tienen la ignorancia y poca vergüenza de llamar valores.

¿Valores? Valores los nuestros, que por mucho que sean zarandeados por los vientos de discordia sembrados por el odio y la decadencia, no se moverán. Nadie puede tirar lo que está enraizado en la tierra con la fuerza de la Verdad.

Porque por mucho que rabien, no hay debate ni ley capaz de sesgar lo que Dios ha hecho crecer.

Y entiendo que quieran callarnos porque somos todo lo que ellos temen.

Somos ese susurro ensordecedor que no va a callarse ni con amenazas, ni con actos; porque el que tiene la certeza de hacer lo correcto, no cede en su empresa, aunque todas las fuerzas se aúnen contra él.

Y si para intentar callarnos tienen que encerrarnos, seguiremos gritando desde la cárcel.

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