No son pocas las ocasiones en que hablamos de alguien como un pilar fundamental en nuestra vida, pero no siempre lo decimos en el mismo contexto y por tanto, tampoco con el mismo significado. Si la metáfora es un importante recurso lingüístico que ha sabido mantenerse en vigor a lo largo de los siglos, la precisión es una virtud que desde luego brilla por su ausencia en los últimos años. Escuchamos frases bonitas y optamos por replicarlas, aunque ni siquiera nos paremos a pensar qué queremos decir realmente.
Ciertamente hay pilares en nuestra vida que son el cimiento de quienes somos, la base de todo, nuestras creencias, nuestros miedos y deseos, nuestra forma de enfrentar la vida, de asumir responsabilidades, de confiar en los demás. Son quienes estuvieron en nuestro inicios y de quienes aprendimos a echar raíces – o no echarlas -. Sin ellos nada tiene sentido, le debemos nuestra propia existencia aunque a veces tendamos a olvidarlo demasiado pronto. Son el origen de todo… pero no deben de ser final de nada. Sin una buena base el edificio se viene abajo, pero si nos quedamos en el subsuelo, nunca veremos hasta donde pudimos llegar.
Otro tipo de pilares son los que nos proyectan hacia lo más alto, los que ven lo que somos pero sobre todo lo que podemos llegar a ser. Son quienes nos elevan, nos hacen soñar. Buscan la forma o circunstancias que nos sean favorables para nuestro máximo desarrollo. Consiguen que nunca dejemos de mirar hacia arriba. Siempre hacia arriba. Se preocupan de nuestra solidez para que nunca dejemos de crecer y explotar nuestras capacidades. Son capaces de ver más allá que nosotros mismos y de proyectar la huella que podemos dejar en este mundo. Nos motivan a seguir adelante pero no aceptan una pausa como respuesta.
Y finalmente están los pilares… que vinieron a sostenernos, a fin de cuentas, a aguantarnos cuando somos realmente insoportables, que siguen ahí aún cuando nosotros hacemos lo posible por quitarnos de en medio, que nos agarran con fuerza cuando todo a nuestro alrededor tiembla cual terremoto. Nos recuerdan dónde empezamos, qué hacemos aquí y hacia dónde vamos, porque les importa tanto nuestra capacidad para sostenernos como nuestro deseo de querer hacerlo. Son ellos quienes garantizan nuestra supervivencia, quienes pase lo que pase, seguirán ahí soportando nuestro peso aun en detrimento de su propia integridad. Deciden apostar por nosotros, tanto si crecemos como si no, si decidimos permanecer o si optamos por dejarnos caer. Porque nunca fallan, porque les da igual si nuestros fallos son estructurales o circunstanciales, porque siempre están ahí para ser ese alguien en quien poder descansar.
Por vosotros, nuestros pilares, por ser la familia que nos dio la vida, los mentores que nos hicieron crecer y los amigos que siempre estuvieron ahí.