¿Vacaciones? ¿Seguro?

Las vacaciones deben ser, más que nunca, un vivir a otro ritmo, disfrutar de las pequeñas cosas, y no acumular más y más prisas.

Generalmente tendemos a pensar en las vacaciones como un momento de emociones, de aventuras, de hacer planes diferentes, de viajar, de cambiar de hábitos y rutinas…y todo eso es lo que hace que el descanso sea eso, descanso. Las redes sociales nos empujan hoy a comparar nuestras vacaciones con las de los demás, a mirar otros planes y destinos, a querer mostrar lo que hacemos nosotros y, a veces, a hacer cosas para poder mostrarlas.

Yo os invito estas vacaciones a probar simplemente a ‘vivir despacio’. A disfrutar del sol, del mar, de los paseos, de cada bichito que quiera mirar tu hijo, de mirarle con atención mientras te cuenta lo que ha visto, de sentarte en la arena a hacer castillos o simplemente a mirarles hacerlos. Pasea sin prisa, reza sin mirar el reloj, lee tranquilamente. No trates de acumular planes y salidas a restaurantes, disfruta de lo sencillo, de lo pequeño, de contemplar a los que te rodean y la creación.

¿No os parece que eso es el verdadero lujo? ¿el mejor plan? ¿No os parece que necesitamos aprender a vivir despacio?

Es verdad que no es fácil, todo te empuja a hacer más y más deprisa. Y por eso, creo que ahora las vacaciones deben ser, más que nunca, un vivir a otro ritmo, disfrutar de las pequeñas cosas, y no acumular más y más prisas, siguiendo la carrera de ser el más original, el más sofisticado o el que más planes tiene.

Y, quizá, si en estas vacaciones logramos ‘ser como niños’, parándonos sin más ante un arcoíris o una mariposa, entonces tal vez cundo volvamos a la ciudad, al ajetreo, a correr y vivir estresados, igual habremos aprendido que la vida es para vivirla, no para cargar con ella.

Todo esto me lo digo a mí misma, soy la primera que no sabe hacerlo, por eso lo escribo y lo pienso, porque quiero aprender a vivir despacio, quiero saber renunciar a hacerlo todo, renunciar a la eficacia para disfrutar de las pequeñas cosas que cada día, a cientos, pasan por delante de mi y no solo no las veo, sino que, a veces, las rechazo conscientemente.

Ojalá a la vuelta de vacaciones pueda escribiros contándoos que he aprendido y que soy capaz de observar un caracol como lo hacen mis hijos.

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