¿Sociedad o soledad?

Yo padezco de ansiedad y Trastorno Obsesivo Compulsivo (del que me encuentro mucho mejor, gracias por su preocupación). Y pese a todo, sigo convencida de que, aunque no en su totalidad, esto es culpa de la sociedad

Muy de vez en cuando, mi horario de sueño se trastoca más de lo normal y, durante unos minutos u horas, desarrollo una inaudita patología en la España del s. XXI; creo que se llama pensar. Pienso muchas tonterías, pero alguna vez acude a mi mente algún dato que me parece interesante y trato de recordarlo al día siguiente para comentarlo con mi padre, que es la voz de mi conciencia y que, si lo que se me ha ocurrido, apareciéndose ante mi mente como una genialidad, resulta solo otro de mis aburridos desvaríos, me lo dice sin dudar y acompañado de un par de carcajadas para bajarme los humos.

Normalmente, las cosas que pienso no son en absoluto políticamente correctas, pero menos aún son optimistas, muchas veces rozan lo apocalíptico; sin embargo, un buen amigo me dijo hace no demasiado tiempo que la diferencia entre la conspiración y la realidad son 6 meses. Y qué razón tiene…

Para ser sinceros, aunque muchas de las locuras que se me han pasado por la cabeza en las largas noches en las que Morfeo se niega a acudir a mí sean ciertas; la mayoría suelen ser muchísimo más leves de cómo las imagino yo. Gracias a Dios.

De las últimas cosas que pensaba hace pocas noches, se haya la hipótesis de que cerca de un 60% de los trastornos mentales que padecemos a día de hoy son, en gran medida, culpa de la sociedad en la que vivimos.

Antes de que alguien se me eche encima llamándome ignorante y desconsiderada, confesaré que yo padezco de ansiedad y Trastorno Obsesivo Compulsivo (del que me encuentro mucho mejor, gracias por su preocupación). Y pese a todo, sigo convencida de que, aunque no en su totalidad, esto es culpa de la sociedad. ¿De qué sociedad? De una cuya cultura se basa desde hace ya algunos años en adoctrinar a niños y adolescentes en el progresismo ateo que, inconscientemente (por nuestra parte, claro; no por la de quien nos la mete en la cabeza), tanto daño nos hace. Desde pequeños se nos impone que todos somos víctimas de ser blancos, cis-heterosexuales y privilegiados con nuestros derechos humanos que ellos mismos han decidido que no tienen. Desde niños, se nos convence de buscar trabajo fuera de la patria, que nada tiene que ofrecernos, abandonando así a nuestra familia y raíces para encontrar un trabajo que no existe y dejarnos completamente aislados de cualquier buena influencia que haga tambalear lo que ellos nos meten a martillazos en la cabeza. Nos insisten en que la familia, tan fundamental para todos nosotros, es algo completamente banal e irrelevante, construcción de una sociedad ultracatólica que solo trae opresión; alejándonos de una base estable que nos rodee cuando caigamos, porque lo haremos, y quedando aún más vulnerables a los tentáculos de esta sociedad putrefacta y corrompida durante décadas.

De esta manera, nos sumimos en una profunda soledad y tristeza que hace las veces de efecto mariposa para desarrollar un trastorno tras otro, del que solo podrías salir aferrándote a cosas que llenen de verdad tu vida. Como una fe, una familia, unos valores; pero claro, todo esto ha quedado prohibido y enterrado en nuestro tiempo, así que la gente pasa a depender intrínsecamente del Estado, que es quien nos proporciona la medicación y los pobres cuidados sin los que nos sumiríamos de nuevo en un pozo cuya salida ya se han encargado de sellar con placa de plomo en su propio beneficio.

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