¿Por qué tenemos que ser enemigos?

Es evidente que en política no todo vale, pero cada vez veo más claro que nuestro problema reside en que somos incapaces de escuchar lo que no nos agrada.

Hace unos días tenían lugar las elecciones autonómicas de Cataluña (España) en un extraño ambiente de incertidumbre entre la tercera ola del Covid y los violentos altercados que tuvieron lugar durante la campaña electoral. Y allá que fui de apoderada por un partido político (evidentemente constitucional), aun no estando afiliada, y desde luego tampoco creer mucho en la partitocracia. En mi opinión ninguna mano sobra cuando se trata de velar por el cumplimiento de la ley y el respeto al pluralismo político.

Estábamos advertidos de que muchos se negarían a hablarnos en castellano, y tendríamos que ingeniárnosla para entender el catalán, y desde luego la primera toma de contacto con el colegio electoral transcurrió según lo previsto. La responsable de Covid no nos hablaba en castellano de ninguna de las formas, y eso que tenía que informarnos de las medidas de prevención del contagio, pues nada. Y estaréis pensando, “quizás no sepa castellano”. Yo también me lo planteé. Hasta que llegó la tarde, estábamos todos aburridos y no le quedó otra que sumarse en la conversación que estábamos manteniendo con otros apoderados, evidentemente en castellano. Vaya, vaya…

Mas no fue éste el trato recibido por el resto de responsables de seguridad, mesas electorales e incluso apoderados de otros partidos, a los que realmente temíamos viendo el panorama vivido durante la campaña electoral. La primera sorpresa, fue con los vocales y presidentes de mesa, la mayoría miraban extrañados como dos chicas jóvenes acudían en representación de un partido presuntamente “machista”, según los medios de comunicación y dirigentes políticos, pero lo verdaderamente importante fue que el trato, más que cordial, fue sinceramente receptivo. Y lo agradecimos enormemente.

La segunda sorpresa vendría de la mano de los Mossos d’esquadra (policía autonómica), quienes en su inmensa mayoría (aunque no totalidad, porque siempre hay una oveja negra que te recuerda que la educación es un bien que nunca se debe dar por sentado por el mero hecho de llevar uniforme) estuvieron de lo mas serviciales y atentos. Siempre a la vista, pendientes frente a cualquier incidente, y desde luego con la mejor de las sonrisas de aquella jornada electoral.

Y para colmar el vaso, llegó el momento de los apoderados. Aquí suele jugar una mala pasada los prejuicios políticos que todos, directa o indirectamente, arrastramos de casa. Creemos erróneamente que por llevar siglas opuestas estarán todo el tiempo con la escopeta cargada, y olvidamos que, gracias a Dios, ni todos los simpatizantes son iguales, ni desde luego una fotocopia de sus líderes políticos. La primera toma de contacto fue con una joven del PSC (Socialistas catalanes) tan agradable y simpática como más adelante encontraríamos a un señor mayor de ERC (Independentistas), que si bien comenzó hablando en catalán, no tardó en continuar en castellano la conversación cuando comprobó que no eramos de allí. Durante el recuento también coincidiríamos con JxSí (Independentistas), quienes aunque al principio miraban con recelo, como si no nos fuéramos a fiar de sus supervisión, no tardarían mucho en darse cuenta de que todos teníamos un mismo objetivo: Unas elecciones limpias y libres. Fue una tarde de intercambios de parecer, sin presiones, sin expectativas, con mente abierta y ganas de escuchar, más que de ser escuchados,   porque aunque muchos no lo vean así, no somos menos “íntegros” por cederle la palabra a quien piensa diferente.

No sé quién estuvo más sorprendido durante el recuento, por el “buen rollo” que había entre los apoderados, si el presidente de mesa con la camiseta Antifascista que no paraba de reírse por la normalidad con la que todo transcurría o los Mossos d’esquadra, que nos dijeron que estábamos para una foto y que era una lástima que no trascendiera el hecho de que pudiéramos trabajar juntos a pesar de nuestras diferencias.

Es aquí donde yo me pregunto ¿Por qué tendría que trascender que dos personas de ideas diferentes sean capaces de entenderse? ¿En qué momento dejó esto de ser lo normal? ¿Por qué tenemos que ser enemigos? ¿Quién se beneficia de la constante “lucha de clases”? ¿Por qué prefieren censurarse entre ellos, antes que admitir que tienen cosas en común? Es evidente que en la política no todo vale, pero cada vez veo más claro que nuestro problema reside en que somos incapaces de escuchar lo que no nos agrada, y al final preferimos hundir el barco que coordinarnos a la hora de remar cuando se ponen las cosas difíciles.

Hace 10 años, cuando entré en la Universidad, me dijeron que la democracia consistía en ser capaces de superar nuestras diferencias individuales, para la consecución de un bien que nos trascendiera a todos. Es un pena que ahora no vean en la democracia, más que la justificación de escraches, contenedores quemados, insultos y violencia organizada.

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