¿Arde la Iglesia?: las sorpresas de Andrea Riccardi

Ofrecemos en este escrito la traducción de un artículo de 11 de abril de 2021 de Giuseppe Rusconi en el que analiza con detalle un libro recientemente publicado del fundador de la Comunidad de San Egidio, Andrea Riccardi.

Ofrecemos en este escrito la traducción de un artículo de 11 de abril de 2021 de Giuseppe Rusconi en el que analiza con detalle un libro recientemente publicado del fundador de la Comunidad de San Egidio, Andrea Riccardi. El libro en cuestión se titula “La Iglesia arde – Crisis y futuro del cristianismo”, y puede verse siguiendo este enlace aquí. Os dejamos con la traducción de este lúcido artículo sobre un ensayo brillante de Riccardi. El subrayado en negrita es el traductor.

Acaba de llegar a las librerías un ensayo de Andrea Riccardi titulado “La Iglesia arde – Crisis y futuro del cristianismo“. (Editori Laterza). Un análisis serio y de diversos aspectos de la situación actual de la Iglesia católica, con especial referencia a algunos países de Europa occidental y oriental. También hay un capítulo sobre la Iglesia italiana y la Covid-19.

De la página 168 a la 188 del libro que tenemos en nuestras manos hay un capítulo titulado “Covid-19, Italia y la Iglesia en 2020”. He aquí algunos pasajes: «El Estado suspende unilateralmente las ‘ceremonias’ religiosas para evitar las concentraciones. Nunca, en la historia de la Península, se habían suspendido las misas y el culto. Nunca por parte del gobierno. No lo fueron durante el drama de la guerra, bajo los bombardeos o durante el cruce del frente o las redadas alemanas». «Las cosas se han desarrollado de una manera que demuestra la falta de consideración por la Iglesia y por su posible contribución al mantenimiento de la vida nacional». E insiste: «No se trata sólo de una partida perdida por parte de la Iglesia, como le ha sucedido a lo largo de la historia, sino de una ‘bajada de categoría’ que muestra cómo se considera a la institución incapaz de gestionar medidas preventivas, y no se la considera un interlocutor válido». «A pesar de las garantías constitucionales y concordatarias, la Iglesia ha sido tratada peor que si fuera un socio comercial: y dentro de esa categoría ciertamente tampoco se la ve como un servicio esencial». Llega finalmente a la pregunta: «¿Estamos ahora fuera de una época de acuerdos —lo cual incluso podría ser positivo— y más bien estaríamos dentro de una época de subordinación de la Iglesia?” Y llega también a las dolorosas observaciones: «En un momento de desbandada, enfrentándose a una ‘misteriosa’ y agresiva epidemia mundial, ha habido un silencio por parte de la Iglesia (…). La gente, en general, no ha sentido demasiado la presencia de la Iglesia (…). El mundo cristiano (…) gira en torno a la misa dominical: aquí están ‘sus fuentes’ —señalan desde la Conferencia Episcopal Italiana. En la forma en que se tomó la decisión de suspender las liturgias (por decisión gubernamental) hubo una impronta vertical (…). Con extrema rapidez llegaron los decretos de los obispos, dirigidos a un pueblo al que se le había predicado durante siglos que era necesario ir a misa los domingos (…) Y la gente fue a buscar su misa en YouTube o en la televisión, yendo a su aire. No sólo eso, sino que tras el fin del encierro la gente acude menos a las iglesias —al menos en los meses inmediatamente posteriores— (es una observación generalizada) y han aprendido a gestionar su “momento” religioso de forma más individual“.

Un análisis fino, lúcido, incluso valiente, con el que se puede estar sustancialmente de acuerdo, observarán varios lectores. ¿Pero quién es el autor, un nostálgico del Antiguo Régimen? ¿Un católico intransigente contra la dictadura sanitaria? Nada de esto. Es un historiador muy sabroso, de una astucia de alta calidad, un fino analista de lo que sucede, pero también un realista y, en consecuencia, un pragmático sublime. Ciertamente no es un subversivo. Se trata, en efecto, de Andrea Riccardi, promotor de esa empresa transnacional de éxito solidario, de relevancia ecuménico-interreligiosa y con peso político llamada Comunidad de Sant ‘Egidio. En el ámbito cultural, el historiador de lejanos orígenes tesineses (en el siglo XVIII uno de sus antepasados, comerciante, vivió en Bironico, en la entonces circunscripción de Lugano, y luego emigró con su familia hacia el sur, hasta Perugia) es también presidente —desde 2015, pero es una guinda en el pastel de este año jubilar— del Instituto ‘Dante Alighieri’.

Los pasajes de los que hemos informado (ampliamente) están contenidos en su libro recién impreso “La Iglesia arde – Crisis y futuro del cristianismo”. (serie “Tempi Nuovi”, Editori Laterza). Algunas de las observaciones de Riccardi se pueden encontrar en varios comentarios suyos que han aparecido en diferentes publicaciones, pero aquí se han ordenado de forma orgánica.

Se podría decir: ¿la franqueza del autor que se desprende del capítulo sobre la Iglesia y Covid-19 se puede encontrar también en otras partes del libro? La respuesta es clara: sí. Y por eso hay que leer el libro con mucha atención, porque Riccardi deja caer a veces con aparente despreocupación noticias reales conocidas hasta ahora sólo por algunos iniciados (y no precisamente en consonancia con las turiferarias melodías cantadas por las trompetas y trombones del momento). ¿Un ejemplo? En la página 190, en el capítulo “Un mundo cristiano en transición“, Riccardi aborda el tema del «llamado grupo de Sant Gallen», que define como «una realidad de presencias variables en el tiempo, sin una textura real», a la que —señala— “el Cardenal Danneels (…) da un excesivo protagonismo en el ‘camino hacia el cónclave‘”. Riccardi argumenta: «En el cónclave de 2005 algunos cardenales que frecuentaban este grupo se reunieron con otros (entre ellos Tauran) en la casa de Silvestrini (…) y actuaron de forma un tanto desordenada: eligieron candidato abanderado para papa al cardenal. Martini». En este punto, Riccardi abrió un paréntesis e insertó una frase que hacía referencia a Card. Martini: «que no estaba a favor de la elección del jesuita Bergoglio». Al final del paréntesis hay una referencia a una nota a pie de página, la nota 3 de la página 191, que revela de dónde procede la nada despreciable afirmación: «Conversación con el autor».

El ensayo se inspira en el doloroso incendio de Notre Dame en la noche del 15 al 16 de abril de 2019: «En ese momento, mientras la basílica ardía, había una sensación generalizada del fin de la cristiandad. No es que este incendio fuera el único síntoma de la crisis (…) Luego sucedieron muchos otros acontecimientos y la atención se desplazó a la gran crisis global de Covid-19. Pero la pregunta sobre un mundo sin Iglesia sigue en pie».

La indudable crisis de la Iglesia, explorada en algunos de sus principales aspectos (no en todos, se echa en falta, por ejemplo, un análisis de la resignación generalizada —en ocasiones, complicidad— de la Iglesia ante la revolución antropológica), es “la delgada línea roja” del libro. Que concluye con un capítulo, el décimo, titulado: “¿Hay futuro?“, y con las palabras de súplica y esperanza del padre David María Turoldo, que Riccardi hace suyas: «Señor, sálvame del color gris del hombre adulto y haz que todos los hombres se liberen de esta senilidad de espíritu. Devuélvenos la capacidad de llorar y de alegrarse; que el pueblo vuelva a cantar en tus iglesias». El autor señala: «Los que creen saben que la historia de los creyentes no es sólo suya, sino que está animada por el Espíritu. Y entonces todo puede cambiar. La historia está llena de sorpresas, que son regalos y, al mismo tiempo, logros humanos, fruto de las corrientes profundas que habitan los asuntos de los pueblos y del mundo».

RICCARDI: LA CRISIS ACTUAL VIENE SOBRE TODO DEL INTERIOR

Hagamos una valoración del viaje de Riccardi a la crisis de la Iglesia. Es una crisis con aspectos nuevos: «La Iglesia, en su larga historia, ha sido probada por muchas crisis. Algunos han venido de fuera (…) Uno piensa, en los últimos siglos, en el impacto con el estado laico o la persecución comunista. Pero también ha habido crisis internas, como la modernista. Hoy la crisis proviene sobre todo del descenso de los indicadores de vitalidad católica. Por tanto, desde dentro, no desde fuera». El autor señala aquí: «Estoy convencido de que la lenta extinción de la Iglesia o su deslizamiento hacia la irrelevancia no dejará de tener consecuencias, al menos para los países europeos. Pero tampoco para el cristianismo en el mundo». Por lo demás, «las Iglesias también pueden acabar. La historia recuerda que en el pasado algunas grandes Iglesias han desaparecido dramáticamente, como las Iglesias latinas del norte de África (…) que tanto han dado al cristianismo (…). Sin embargo, esas Iglesias sólo tenían unos pocos siglos de vida a sus espaldas, mientras que el cristianismo europeo tiene casi dos mil años de antigüedad, al menos en algunas zonas».

FRANCIA, ITALIA, ESPAÑA, PORTUGAL, ALEMANIA

Riccardi analiza la preocupante situación de algunos países europeos. En cuanto a Francia, se pregunta: «¿Es una crisis terminal?», recordando las intuiciones de Card. Emmanuel Suhard expresadas en su carta pastoral de 1947: «El género humano crece; la Iglesia disminuye. Siempre minoritaria, al menos hasta ahora contaba con sociedades masivas de fieles. Hoy, lo que llamamos “apostasía de las masas” revela su fracaso. A través de mil grietas, se desmorona y contempla, uno tras otro, a pueblos enteros desprenderse de sí mismos».

Sin embargo, «si Francia llora, Italia no ríe» por la «reducción de la práctica religiosa, la disminución de las vocaciones, la escasa incidencia en la vida nacional» y también (como observa Giuseppe De Rita) por «la fuerte reducción de la cercanía entre la Iglesia y la clase media (ahora asustada y empobrecida)». Más aún porque, a pesar de la invitación de Francisco en 2015 a concretar la Exhortación Evangelii gaudium, “al catolicismo italiano le ha costado encontrar ese “movimiento creativo” del que habló el Papa, lidiando como está con la gestión de la crisis».

En España la contingencia es dramática: “La reacción al franquismo, la secularización, la liberalización de los comportamientos personales y sexuales son elementos que han desmantelado el papel preponderante de la Iglesia en la muy católica España“. Tanto es así que «las dos Españas que se enfrentaron en la guerra civil están resurgiendo, al menos en parte» y a estas alturas está todavía bien presente en la escena nacional «otra España, en la que la Iglesia tiene un lugar reducido, no sólo en lo público, sino en la vida y las opciones de los ciudadanos». Esto contrasta con el vecino Portugal: «A pesar de la disminución del número de clérigos, los estudiosos hablan de Portugal como “una de las situaciones más virtuosas de todo el catolicismo de Europa occidental”, también en la relación con las generaciones más jóvenes».

Un caso aparte es Alemania, donde «la estructura institucional y financiera de la Iglesia católica alemana la hace única en Europa». Sin embargo, también allí los datos son alarmantes: «Impulsada por la crisis y también por la pérdida de credibilidad debido a los escándalos de pederastia, así como por la presión de diversos grupos de laicos, la Iglesia alemana ha propuesto un ‘camino sinodal’ para afrontar el futuro». Y así se han abordado temas candentes como «el poder, el papel de la mujer y su relación con el ministerio, los abusos, el espacio de los laicos y la moral sexual». Hasta ahora se han hecho propuestas que ciertamente no están en línea con lo que el Papa expresó en su Carta al Pueblo de Dios en Alemania de 2019: Francisco había invitado a “involucrarse en la conversión pastoral“, evitando «creer —como se lee en la Carta— que las soluciones a los problemas presentes y futuros vendrían sólo de reformas puramente estructurales, orgánicas o burocráticas». Pero, señala Riccardi, «en Alemania se propone una ‘vía’, que no coincide con la de Bergoglio, para abordar la crisis».

En definitiva, «es cierto que las Iglesias occidentales no han tomado con entusiasmo el camino propuesto por Francisco». Al mismo tiempo, «en Europa del Este el Papa se está midiendo con otro ‘modelo’ de cristianismo, que representa, de hecho, una alternativa».

EL NACIONALCATOLICISMO EN EUROPA DEL ESTE

Aquí vale la pena leer el tercer capítulo, “Nacionalcatolicismo, ¿evangelización o qué más?” (cada uno hará sus propias observaciones). Tras comentar las cifras de Hungría y Polonia en particular, Riccardi escribe: «Frente al proceso de desorientación inducido por el mundo global, la identidad nacionalcatólica ofrece una identificación en una historia y en un modelo de raíces antiguas que se proyecta hacia el futuro con una fuerte identidad: un “nosotros” generado por la historia y bendecido por la fe, diferente de los frágiles estados occidentales, además, asediados por el populismo». En definitiva, «hoy el nacionalismo religioso vuelve a ser una receta de actualidad»: en este punto no podemos ignorar «su conexión con los ‘valores no negociables’». Según Riccardi, «por parte de la derecha, proclamar valores no negociables se convierte en una forma fácil de auto acreditarse como fuerza católica, incluso sin mandato de la Iglesia, pero como expresión del ‘sentimiento católico’, quizá mostrándose más decidida que las jerarquías». El autor señala cómo el nacionalcatolicismo es lo contrario de la Democracia Cristiana, «hoy en día extinguida casi en todas partes, excepto en Alemania». Riccardi también constata: «La crisis de las democracias cristianas (…) va de la mano de la crisis católica (…). El catolicismo ha perdido la cohesión organizativa que favorecía el voto católico, mientras que el pluralismo político de los fieles se ha impuesto».

1968 EN EL CORAZÓN DE LA PROFUNDA RUPTURA

Siguiendo con su análisis, Riccardi, en el cuarto capítulo “En el corazón de la crisis“, se pregunta inmediatamente: «¿Qué se ha roto en la relación entre la gente y la Iglesia?» y plantea una primera respuesta: “La revolución de 1968, que fracasó políticamente pero fue antropológicamente eficaz, está en el corazón de una ruptura no sólo superficial». Es una ruptura que se manifiesta con gran evidencia en el mundo de lo religioso: «La crisis de lo religioso es una expresión emblemática de la profunda ruptura de la identificación de las personas con respecto a una realidad comunitaria, mientras se reivindica la autonomía subjetiva, operativa, afectiva». Es una crisis que se extiende a todo el mundo católico: «El declive de la cultura de las obligaciones ha llevado a un aumento del juicio subjetivo de lo católico. O quizás la victoria del subjetivismo ha puesto en crisis la cultura de las obligaciones“. No sólo eso: hoy «la fe religiosa no forma parte de la herencia que se transmite a las nuevas generaciones. Aquí está en juego el papel de la memoria, vinculada antaño a las tradiciones litúrgicas o devocionales, a los textos sagrados, a la piedad popular». Y «la falta de cultura histórica en la evaluación de los fenómenos ha llevado a un empobrecimiento de la comprensión de la realidad».

Riccardi ofrece muchos estímulos para consideración del lector. También se pueden encontrar en el quinto capítulo titulado: “Juan Pablo II: ¿excepción o ilusión?” y en el siguiente “La gran crisis y el Papa que vino de lejos“. En este último capítulo se hace la siguiente reflexión: «La dimisión (Nota del editor: del Papa Benedicto XVI) se ha convertido en un punto de inflexión. Ya nada es permanente, ni siquiera el Papa de Roma. La dimisión de Ratzinger sigue siendo un trauma en el catolicismo, que ha relativizado -al menos en parte- la figura del Papa. Nos guste o no, es una realidad. Benedicto XVI abrió el camino al ‘libre examen’ —si se me permite la expresión— de las acciones y decisiones de cada Papa».

SACERDOTES Y PARROQUIAS

Si el capítulo siete aborda el tema de la Iglesia italiana en la época de Covid-19 (del que informamos inicialmente), en el capítulo ocho el autor se adentra en los aspectos más visibles de “Un mundo cristiano en transición“. Como «el escaso número de sacerdotes»: «El declive de la Iglesia es también un declive de los sacerdotes. ¿Puede una generación de sacerdotes que tiende a ser avanzada en años ser protagonista de una nueva temporada? Ciertamente, en el catolicismo actual la presencia de un clero fácilmente accesible se reduce o incluso desaparece. Esto cambia la relación entre los fieles y los sacerdotes». La crisis del clero y la disminución de la asistencia a la misa dominical «están estrechamente relacionadas con la realidad de la parroquia». Eso también, señala Riccardi, debe replantearse en su concepción territorial y en su «administración de arriba hacia abajo», haciendo «subir las iniciativas comunitarias, carismáticas, de los laicos y personales». Ciertamente, y hoy en día, «paradójicamente, son casi sólo los ámbitos de la Iglesia, a pesar de la crisis, los que siguen celebrando reuniones en el territorio y no aceptan sólo la dimensión virtual, como puede verse en la liturgia». Tanto es así que «en muchas ciudades las presencias cristianas son una realidad social importante, sobre todo si se compara con el vacío de encuentro y participación». A nuestra manera, podemos atestiguar que la parroquia romana a la que asistimos, Sant’Ippolito en Piazza Boloña, sigue manteniendo una gran vitalidad, es muy inclusiva y, como se confirmó por ejemplo también en el reciente Triduo Pascual, sabe ser atractiva y acogedora para una gran comunidad de fieles. Basta con pensar en la Vigilia Pascual, en la que los presentes fueron arrastrados a una intensa participación por la belleza y la profundidad del rito y la atractiva animación del coro.

El autor habla de “Mundo, Europa y pueblos en movimiento” en el noveno capítulo, del que extraemos una observación en la que quizá no todos estén de acuerdo: «Una Iglesia viva es un aliado para Europa, porque cree que Europa, a pesar de sus límites históricos, es un valor para el mundo. No porque las raíces históricas del continente sean cristianas: eso sería un título de legitimidad que se remonta al pasado, casi como el de una antigua familia soberana que hizo historia ayer. Pero Europa es una oportunidad única para la Iglesia y para el mundo. Puede integrar sus múltiples diversidades, casi constitutivas, y proyectarse en la escena mundial con un aliento universal».

¿HAY FUTURO?

El último es el capítulo titulado “¿Hay futuro?”. (al que ya hemos hecho alusión citando parte de la oración del padre Turoldo). Riccardi observa: «Este pontificado, en camino hacia el futuro, deja como herencia los “pobres” como lugar teológico y existencial del cristiano y de la comunidad». Y de nuevo: «La crisis, en sus múltiples aspectos, es una lucha por la Iglesia. (…) La lucha de hoy es estar en contacto con la indiferencia, el descrédito en grado sumo, la degradación de los hechos y de las vidas. (…) No se trata de una lucha contra alguien o algo que excomulga, desacredita, agrede —sostiene siempre el autor… e incluso aquí no se llegará a un acuerdo unánime— Muchas veces la Iglesia se ve tentada por los enfrentamientos frontales, como toda institución. Es una forma de hacer que la gente sienta que está viva. Pero también de perder espacios de atracción y diálogo, entrando en el juego de la polarización». En cualquier caso, «el espíritu de decadencia conduce a una ‘senilidad’ que nos empuja a mirar hacia atrás, a no atrevernos, a aceptar con resignación la modestia del presente. Es el envejecimiento del cristianismo, paralelo al de las sociedades europeas. Encanecer no significa renunciar a disfrutar de la vida y sus bienes para uno mismo, sino que significa dejar de generar un futuro, no mirar más allá de las propias fronteras, querer proteger la propia debilidad o existencia».

Del ensayo de Andrea Riccardi se podrían extraer decenas de otras citas muy interesantes, útiles para reflexionar sobre el estado de la Iglesia, su presente y su futuro. Sin embargo, a estas alturas creemos que hemos conseguido que a más de uno se le haga la boca agua… y quizá haya quien compre el libro. Hágalo, no se arrepentirá.

Traducción de @JordiPicazo

Salir de la versión móvil